Alexander
Y a mi ¡como me gustaban esos viajes esta vez era a Paracas. Yo no conocía Paracas, y cuando mi padre empezó a arreglar la maleta, el viernes por la noche, ya sabía quedormiría bien esa noche, y que me despertaría antes de sonar el despertador.
Partimos ese sábado muy temprano, pero tuvimos que perder mucho tiempo en la oficina, antes de entrar en la carretera alsur.
Parece que mi padre tenía todavía coas que ver allí, tal vez, recibir las últimas instrucciones de su jefe. No sé, yo me quede esperándole afuera, en ir auto, y empecé a temer que llegaríamos muchomas tarde de lo que habíamos calculado.
Una vez en la carretera, eran otras mis preocupaciones. Mi padre, manejaba como siempre, despacísimo; más despacio que lo que mama había pedido que manejara.Uno, tras otro, los automóviles nos iban dejando atrás, y yo no miraba a mi padre para que no se fuera a dar cuenta de que eso me fastidiaba un poco, en verdad me avergonzaba bastante. Pero nada habíaque hacer, y el viejo Pontiac, ya muy viejo el pobre, avanzaba lentísimo, anchísimo negro e inmenso, balanceándose como una lancha sobre la carretera recién asfaltada. Por fin llegamos a Paracas y nosalojamos en un hotel de lujo ya que la estadía no le costaba a mi padre, sino que la empresa donde trabajaba mi padre pagaba todos los gastos y la estadía.
Nos habían traído el vino y ahorarecuerdo ese momento de feliz equilibrio: mi padre sentado de espaldas al mar, no era que el comedor estuviera al borde del mar, pero el muro que sostenía esos ventanales me impedía ver la piscina y laplaya, y ahora lo que estoy viendo es la cabeza, la cara de mi padre, sus hombros, el mar allá atrás, azul en ese día de sol, las palmeras por aquí y por allá. La mano delgada y fina de mi padre sobre labotella fresca de vino, sirviéndome media copa, llenando su copa, me decía: “bebe despacio, hijo”. Ya algo quemado por el sol, listo a ascender, extrañando a mi madre, buenísimo, y yo ahí, casi...
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