Alhajaslhsalfal

Páginas: 43 (10536 palabras) Publicado: 7 de agosto de 2014
ntonces se me reveló otra verdad.
La Vacunadora había echado hacia atrás los cobertores y allí, sobre las sábanas, aparecía una gran mancha de sangre. La mujer se quedó mirando aquello con la misma expresión que tenía cuando estaba rezando el rosario, y con sus manos ahuecadas rodeó la mancha, como formándole una barrera. Luego se quitó los zapatos, metióse bajo las ropas y se quedó de espaldascon los ojos cerrados, sumida en una beatitud infinita. Su rostro estaba ennoblecido por alguna lumbre interior.
Y, de repente, comenzó a llorar con unos grandes sollozos que le remecían toda la carne fofa.
VI
—Cuando yo era la señora Rosalinda de Soto, en vida de Eliodoro, mí marido, entonces sí que debían haberme visto ustedes... Una casa tenía en Olivar Bajo, donde abundaban las cosechas ydonde matábamos hasta dos y tres chanchos por año nada más que para comerlos en la familia, ¡Y había que ver las fiestas lindas para el santo de mi viejo, pues, niñitas! Lo mejorcito del pueblo: las niñas Romero, don Lucho Vila, don Zenón Iturriaga, y hasta el alcalde, don Polidoro Venegas, muerto «hora... Me gustaría que hubieran visto cómo sobraban allí los pasteles con pollo y las cazuelas. Sicon los “conchos’’ no más había para festejar a todas las amistades! Pero mi pobre Eliodoro era demasiado bueno y confiado; y así lo fueron enredando los hermanos Videla, tinterillos famosos por ese entonces, y casi lo dejaron en la calle. Apenas nos quedó la casa en que vivíamos, y todavía hipotecada, creo en Dios. A mi viejo le entró “pensión’’ de tanto pensar y se lo llevó la Pelada hecho nadamás que un atadito así de huesos... El, un hombre sano, gordo, colorado, que no había conocido enfermedades...; si daba lástima mirarlo ahí en la cama...; hasta la comida tenía yo que dársela con cuchara en la boca, como si hubiera sido una criatura de meses... Peto, cuando lo llevamos al cementerio, ¡qué romería, hijitas! Si era cosa de nunca acabar; qué ramos de flores de Coínco, de Copequén, deGultro; coronas de Los Lirios, de Rancagua, de Rosario, de adonde había un hombre que le debiera algún favor. Porque, eso si, él Podía quedar en la calle con tal de servir a un amigo. Con decirles que una vez...
De este y otros modos semejantes solía comenzar la Vieja Linda la rememoración de su pasado esplendoroso. Era generalmente en el salón, en las noches de lluvia, cuando los clientes no sedecidían a llegar al burdel y la espera se alargaba de modo interminable y fatigoso. Allí, cerca del piano, sobre la vieja alfombra, poníase un pesado brasero circular de latón con dos argollas colgantes como asas. Y principiaba la ronda de mates y todo quedaba cubierto por el olor del azúcar tostada. Las mujeres oían, cabizbajas, como si se tratara de un cuento fantástico, y muchas, tal vez,recordaban cosas ya muertas en sus pobres vidas. Estas veladas tenían algo de familiar y sólo por casualidad surgían términos soeces en la conversación. Casi todas las pupilas estaban contentas, porque podrían acostarse temprano y solas, ¡solas!
Entonces yo no me explicaba el regocijo que sentían, pero ahora le comprendo perfectamente.
La patrona tenía unas anchas caderas que desbordaban del pisobajo con tejido de totora en que solía sentarse. El mate era para ella una especie de rito al que se entregaba con la solemnidad del sacerdote. Su forma de avivar los carbones, su ademán de coger la tetera por el asa para servir, su manera de poner los terrones de azúcar entre las dos bojas de las tenazas para que se dorasen parejamente, todo en ella era solemne, lento, revestido de grave majestadque consonaba muy bien con el sonido de sus palabras. Sus cabellos estaban ya cenicientos y tenía la tez arrugada; pero fácilmente podía reconstituirse en ella la real moza que había sido. ¡Y con qué altiva suficiencia hablaba de sus pasados esplendores!
—Para escoger ¡yo tuve dónde! Don Leonardo, hijo de don Lucio Varela —proseguía, dibujando una cruz con la bombilla sobre la boca del mate—,...
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