alumno
Duarte viajaba en compañía de don Pablo Pujol, un comerciante catalán residente desde hacía largos años en Santo Domingo, en donde había aumentado considerablemente sus bienes de fortuna.
Pujol, quien visitaba con frecuencia el hogar de Juan José Duarte y de doña Manuela Diez, vio crecer a Juan Pablo y le fue cobrando poco a poco una extraordinaria afición: sin saber por qué, sesentía atraído por la viva inteligencia del adolescente y por su natural bondadoso. Cuando el comerciante catalán realizaba una de aquellas visitas, las cuales se habían hecho más frecuentes después de la ocupación haitiana, sin duda por la necesidad que el elemento español sentía entonces de reunirse para comunicarse sus esperanzas o sus aprensiones en medio de la atmósfera de recelo que por todaspartes lo envolvía, se aproximaba a Juan Pablo para interrogarlo sobre el curso de sus estudios y sobre los progresos logrados en el inglés y en otras lenguas extranjeras. La conversación se deslizaba muchas veces por un terreno casi vedado, pero lleno de seducciones para el adolescente y para el visitante. Pujol hablaba de los días de la colonia como de una edad dorada. Pintaba con cierta voluptuosacomplacencia el contraste entre el gobierno de Boyer y el del brigadier Kindelán, a quien atribuía, como a todos sus antecesores, aptitudes de mando excepcionales. No ocultaba su antipatía por el doctor José Núñez de Cáceres, el autor de la independencia efímera de 1821, porque en su concepto las tribulaciones presentes tenían su origen en aquel acto de infidelidad a España, ejecutado sin tacto yen el momento menos recomendable.
Duarte gustaba sobremanera de las descripciones que le solía hacer su viejo amigo. Pero ignoraba por qué razón le parecían injustas las críticas dirigidas a Núñez de Cáceres y las preferencias con que el comerciante catalán aludía al elemento llegado de la Península cuantas veces debía oponerle como término de comparación el elemento nativo. Pero salvo eldisgusto con que oía las referencias poco agradables de Pujol a los criollos, aquellas conversaciones cobraban para el adolescente interés cada vez más vivo. Con frecuencia era él quien interrogaba a su amigo sobre la política española o sobre las causas que habían dado lugar a la separación de la metrópoli de sus grandes posesiones ultramarinas.
En el barco que ahora conduce a ambos viajeros a losEstados Unidos, esos diálogos se reanudan y cobran mayor libertad y mayor animación en pleno Océano, bajo las noches estrelladas de los mares del trópico. El capitán de la nave, un marino español de palabra ruda y torrentosa, se mezcla con frecuencia en las conversaciones de don Pablo Pujol y de su joven acompañante. Cuando el comerciante catalán alude, en tono siempre peyorativo, ‘al mestizodominicano, por el apoyo que muchos de ellos prestaron a la obra de Núñez de Cáceres y por la resignación con que después se plegaron a las tropelías de la soldadesca haitiana, el marino secunda con vigor sus puntos de vista y carga la frase de palabras gruesas para referirse a los nativos de la parte española de la isla, gente en la cual el patriotismo, según aquel viejo lobo de mar, se había perdido enla servidumbre, y en la cual había evidentemente degenerado el sentimiento de la raza colonizadora.
Duarte, ruborizado por aquellas censuras, en gran parte justificadas por la tremenda realidad que estaba a la sazón viviendo su país nativo, no osaba replicar a sus interpelantes, pero en su conciencia avergonzada se iba formando un sentimiento de protesta contra la esclavitud, no sólo contra laque Haití había impuesto a su patria, sino también contra la menos oprobiosa, pero no menos dura, que trajeron a América los conquistadores. Cuando llega al puerto de Nueva York y divisa las primeras luces que parpadean en las profundidades de la noche, las ideas que se han ido acumulando en su cerebro, al calor de las conversaciones que ha sostenido desde que puso el pie en la nave, toman forma...
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