Amalia

Páginas: 16 (3997 palabras) Publicado: 31 de julio de 2012
Ahora el lector tendrá la bondad de volver con nosotros a nuestra conocida quinta de Barracas, en la mañana del 24 de mayo, y una hora después de aquella en que dejamos a la señora Amalia Sáenz de Olavarrieta acabando de arreglar su traje de mañana en su primoroso tocador.

Ella es, otra vez, la primera que se nos presenta.

Está sentada en un sofá de su salón, donde los dorados rayosde nuestro sol de mayo penetran tibios y descoloridos a través de las celosías y las colgaduras.

Está sentada en un sofá; su rostro más encendido que de costumbre, y fijos sus ojos en una magnífica rosa blanca que tiene en su mano, y a quien acaricia distraída con sus manos más blancas y suaves que sus hojas.

A su izquierda está Eduardo Belgrano, pálido como una estatua, con susojos negros, rasgados y melancólicos, jaspeados sus párpados por una sombra azul que los circunda contrastando con la palidez de su semblante, sus ojos, su patilla, y cabellos renegridos y rizados, que caen sobre sus sienes descarnadas y redondas con que la Naturaleza descubre la finura de espíritu de aquel joven, como en su ancha frente la fuerza de su inteligencia.

-¿Y bien, señora?-preguntó Eduardo con una voz armoniosa y tímida, después de algunos momentos de silencio.

-Y bien, señor, usted no me conoce -dijo Amalia levantando su cabeza y fijando sus ojos en los de Eduardo.

-¿Cómo, señora?

-Que usted no me conoce; que usted me confunde con la generalidad de las personas de mi sexo, cuando cree que mis labios puedan decir lo que no sienta mi corazón, o más bien,porque no hablamos del corazón en este momento, lo que no es la expresión de mis ideas.

-Pero yo no debo, señora...

-Yo no hablo de los deberes de usted -le interrumpió Amalia con una sonrisa encantadora-, hablo de mis deberes: he cumplido para con usted una obligación sagrada que la humanidad me impone, y con la cual mi organización y mi carácter se armonizan sin esfuerzo. Buscabausted un asilo, y le he abierto las puertas de mi casa. Entró usted a ella moribundo, y le he asistido. Necesitaba usted atención y consuelos, y se los he prodigado.

-¡Gracias, señora!

-Permítame usted, no he concluido. En todo esto, no he hecho otra cosa que cumplir lo que Dios y la humanidad me imponen. Pero yo cumpliría a medias estos deberes, si consintiese en la resolución deusted: quiere usted retirarse de mi casa, y sus heridas se volverán a abrir, mortales, porque la mano que las labró volverá a sentirse sobre su pecho en el momento que se descubra el misterio que la casualidad y el desvelo de Daniel han podido tener oculto.

-Usted sabe, Amalia, que no han podido conseguir ni indicios del prófugo de aquella fatal noche.

-Los tendrán. Es necesario queusted salga perfectamente bueno de mi casa; y quizá será necesario que emigre usted -dijo Amalia bajando los ojos al pronunciar estas últimas palabras-. Y bien-continuó volviendo a levantar su preciosa cabeza-, yo soy libre, señor, perfectamente libre; no debo a nadie cuenta de mis acciones, sé que cumplo, y sin el mínimo esfuerzo, un riguroso deber que me aconseja mi conciencia, y sin prohibirlo,porque no tengo derecho para ello, digo a usted otra vez que será contra toda mi voluntad si usted se aleja de mi casa como lo desea, sin salir de ella perfectamente bueno y en seguridad.

-¡Como lo deseo! ¡Oh no, Amalia, no! -exclamó Eduardo aproximándose a la seductora beldad que se empeñaba en retenerlo-; no, yo pasaría una vida, una eternidad en esta casa. En los veinte y siete años de miexistencia yo no he tenido vida, sino cuando he creído perderla; mi corazón no ha sentido el placer, sino cuando mi cuerpo ha sido atormentado por el dolor; no he conocido en fin la felicidad, sino cuando la desgracia me ha rodeado. Amo de esta casa el aire, la luz, el polvo de ella, pero temo, tiemblo por los peligros que usted corre. Si hasta ahora la providencia ha velado por mí, ese...
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