Amalia

Páginas: 6 (1453 palabras) Publicado: 18 de mayo de 2014
El alba del 5 de mayo había despedido al fin aquella triste noche testigo de la ejecución de un crimen horrible y de la combinación de otros mayores.

La blanca luz de esa beldad pudorosa de los cielos que asoma tierna y sonrosada en ellos para anunciar la venida del poderoso rey de la naturaleza, no podía secar, con el tiernísimo rayo de sus ojos, la sangre inocente que manchaba la orillaesmaltada de ese río, de cuyas ondas se levantaba, cubierta con su velo de rosas, su bellísima frente de jazmines. Pero argentaba con él las torres y los chapiteles de esa ciudad a quien los poetas han llamado «La Emperatriz del Plata», la «Atenas» o «la Roma del Nuevo Mundo».

Dormida sobre esa planicie inmensa en que reposa Buenos Aires, la ciudad de las propensiones aristocráticas por naturaleza,parecía que quisiera resistir las horas del movimiento y la vigilia que le anunciaba el día, y conservar su noche y su molicie por largo tiempo aún. En sus calles espaciosas y rectas, se escondía aún, bajo los cuadrados edificios, alguna de esas medias tintas del clarooscuro de los crepúsculos, que ponen en trepidación a los ojos, y en cierto no sé qué de disgustamiento al espíritu.

Una deesas brisas del sur, siempre tan frescas y puras en las zonas meridionales de la América, purificaba a la ciudad de los vapores húmedos y espesos de la noche, que el sol no había logrado levantar aún del lodo de las calles. Porque el invierno de 1840, como si hasta la Naturaleza hubiese debido contribuir en ese año a la terrible situación que comenzaba para el pueblo, había empezado sus copiosaslluvias desde los primeros días de abril. Y aquella brisa, embalsamada con las violetas y los jacintos que alfombran en esa estación las arenosas praderas de Barracas, derramaba sobre la ciudad un ambiente perfumado y sutil que se respiraba con delicia.

Todo era vaguedad y silencio, tranquilidad y armonía.

Al oriente, sobre el horizonte tranquilo del gran río, el manto celestino de los cielos setachonaba de nácares y de oro a medida que la aurora se remontaba sobre su carro de ópalo, y las últimas sombras de la noche amontonaban en el occidente los postrimeros restos de su deshecho imperio.

¡Oh! ¿Por qué ese velo lúgubre y misterioso de las tinieblas no se sostenía suspendido del cielo sobre la frente de esa ciudad, de donde la mirada de Dios se había apartado? Si la maldiciónterrible había descendido sobre su cabeza en el rayo tremendo del enojo de la Divinidad, ¿por qué, entonces, la tierra no rodaba para ella sin sol y sin estrellas para que el escándalo y el crimen no profanasen esa luz de mayo, cuyo rayo había templado, treinta años antes, el corazón y la espada de los regeneradores de un mundo?... Pero la Naturaleza parece hacer alarde de su poder rebelde a lasinsinuaciones humanas, cuanto más la humanidad busca en ella alguna afinidad con sus desgracias. Bajo el velo de una oscura noche, una mano regia abría una ventana de palacio y hacía, en París, la señal de la San Bartolomé, y al siguiente día un sol magnífico quebraba sus rayos de oro sobre las charcas de sangre de las víctimas, cuyo último gemido había demandado de Dios la venganza de tan horriblecrimen. ¡Y ante el crepúsculo de una tarde lánguida y perfumada, cuando la luna y las estrellas empezaban a rutilar su luz de plata sobre los cielos de la Italia, y la campana de vísperas llamaba al templo de Dios la alma cristiana, en las calles de Sicilia, una joven dio la señal tremenda que debía fijar en un río de sangre el recuerdo de una criminal venganza!

Como la Naturaleza, la humanidadtambién debía aparecer indiferente a las desgracias que se acumulaban sobre la cabeza de ese pueblo inocente que, como fue solo en las victorias y en la grandeza, solo y abandonado debía sufrir la época aciaga de su infortunio. Porque, por una extraña coincidencia de los destinos humanos, ese pueblo argentino que surgió de las florestas salvajes para dar libertad e imprimir el movimiento regenerador...
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