Ambiciones y reflexiones

Cómo nos gusta alarmarnos ante cualquier evento callejero. Recientemente, con la disculpa de una larga cola de compradores empeñados en que la celebridad proletaria Belén Esteban les firmase su libro, se ha generado una curiosa ola de indignación que parte de dos prejuicios fácilmente desmontables: a) los españoles somos más ignorantes por el hecho de que alguien que dice "¡Asín de claro!" o "¡Nosé quién ha enfiltrado esto!" publique un libro, y b) el honor de la industria editorial queda en entredicho por ese mismo lanzamiento.

No me extenderé mucho con el primero. Prueben a medir esa cola, y compárenla con las que, en la misma ciudad, se formaban ante el Museo Reina Sofía para contemplar la exposición de Dalí, o con las magníficas aglomeraciones en otros centros culturales de lacapital para ver a escritores tan variados como Paul Auster, Ken Follet, Umberto Eco o George R.R. Martin. Ya verán que hay gente para todo, pero son más abundantes de lo que parece esos que buscan cultura de verdad.

Por cierto, ninguno de los medios que ahora se anima a publicar imágenes "indignantes" de la cola belenista cubrió eventos igualmente multitudinarios, como aquella visita a Madrid delpensador y filósofo George Steiner, cuyos admiradores llenaron dos salas –se dice pronto– del Círculo de Bellas Artes.

Esto último tiene que ver con una manía de la prensa y de las redes sociales. Al entrar en un palacio a oscuras, nos empeñamos en enfocar las linternas hacia el techo, en busca de telarañas, solo para refunfuñar una vez más ante lo mal cuidado que está el sitio.

Vamos allácon el segundo prejuicio. ¿Acaso creen que este tipo de libros son una rareza típicamente española?

Un volumen tan indescriptible como Confessions of an Heiress: A Tongue-in-Chic Peek Behind the Pose, escrito por Paris Hilton con el apoyo de Merle Ginsberg, se convirtió en un bestseller en la lista del New York Times. Y estoy seguro de que sus ventas fueron muy agradecidas por las mismaslibrerías sajonas que distribuyen los libros de E.L. Doctorow, Julian Barnes o Maya Angelou.

No conviene dejarse llevar por el elitismo: al fin y al cabo, si nos guiara el mismo criterio de excelencia anticomercial en otros ámbitos de la vida, no existiría el cine de serie Z y los periódicos –todos ellos– tendrían secciones dedicadas a la ingeniería y a la filosofía.

Cada libro, incluso el másestúpido, forma parte de un ecosistema editorial del que depende mucha gente. Las buenas ventas de un título intrascendente alimentan al mismo equipo que luego cambia nuestras vidas al facilitarnos obras sublimes. Y no hablemos de profesiones menos reconocidas, como los traductores –esos grandes ignorados–, los correctores, los diseñadores, los maquetadores...

Insisto, España no es una excepción ala hora de publicar obras como la de Belén Esteban. Al contrario, creo que, comparado con el alemán, el inglés o el estadounidense, el mundo editorial español anda corto de libros firmados por celebrities.

No alardeo de buena memoria, pero hay un aluvión de títulos frívolos en el mercado norteamericano que resulta difícil de obviar. No creo que haya muchos profesionales de la edición que allí seindignen ante las ventas de un lanzamiento como Sweetined, la autobiografía de Jodie Sweetin, que dio vida a la pequeña y avispada Stephanie Tanner en la edulcorada telecomedia Padres forzosos (Full House, 1987-1995).

Tampoco habrá críticos literarios que prohíban la edición de Dollhouse, la sicalíptica novela escrita (?) por tres fenómenos mediáticos, Kim, Kourtney y Khloe Kardashian.Ahora que ya vamos entrando en materia, imaginen que son editores con mando en plaza y un gran equipo de trabajadores a su cargo –léase bocas que alimentar–. Obviamente, pueden interpretar esa labor en términos de apostolado cultural –con el caluroso apoyo de revistas como la nuestra–, o pueden pensar que eso de montar una empresa también tiene que ver con los beneficios y con el pago de sueldos....