Amenudo llueve
Pablo Lavilla
Bajé un escalón y atravesé la vieja puerta de El Terraza, santo
tugurio donde los haya en pleno centro de Taray desde 1976. El sol se
acostaba más allá de la meseta y el aire frío del río se ponía cómodo por las
callejas. La resaca no me dejaba pensar. La ducha y el paseo hasta el bar
me habían despejado un poco, pero mis hígados me pedían cerveza para
equilibrarel pH.
—¿Cómo va eso? —pregunté al entrar, con la lengua espesa y las
comisuras de los labios pastosas. Me duele la cabeza.
—Uno cero gana mi Atleti —respondió el Pony sin apartar la mirada
de la televisión.
—Ha sido un golazo de Simeone —comentó Teo, el Terraza, mientras
cogía un vaso de debajo de la barra para servirme una caña.
Pasé junto al Zurdo, que se batía en duelo con la máquinatragaperras, pulsando los botones desquiciado mientras un cigarrillo se
consumía entre sus labios apretados. —¿Qué pasa, Village? —me saludó,
con la vista fija en esas ruletas que dan vueltas, vueltas y más vueltas y
hay frutas y campanas y sietes y todo hace ruiditos y parpadea y eso me
marea.
Pestañeé un poco bajo las luces de neón que coronaban la barra y
que iluminaban el bar conbrillantes letras que rezaban: El Terraza. Fui a
saludar a Pete, que tampoco me hizo mucho caso, absorto en su plato de
torreznos con un palillo entre el índice y el pulgar de la mano izquierda y un
trozo de pan entre los mismos de la derecha. Le hice un gesto a Nahuel,
que practicaba con los dardos en la diana que había al final de la barra,
junto a los servicios. Me dijo: ¿Te echas una? Y yo lecontesté que ahora
luego.
Me di la vuelta y me vi frente al Pony, con el que choqué los cinco
torpemente para saludarnos, son cosas nuestras. Le rodeé y por fin
encontré mi taburete de siempre frente al grifo, donde ya estaba
esperándome una caña bien fresquita a la que le di un par de tragos,
sediento.
—Esto que va un padre con su hijo por el supermercado —empezó a
contarme Tito, que estabaa mi lado— , y le dice el padre: ¡Mira, una lata
con tu nombre! El niño dice: ¡Te odio, papá! Y el padre: ¡Melocotón en
almíbar, castigado!
Me reí mientras apuraba lo que en ese momento me parecía una caña
de lo más diminuta y le hice un gesto a Teo para que me sirviese otra.
—¿Qué tal ayer, cómo acabaste? —me preguntó entonces Tito.
—Bueno… después de toda la tarde en La Villa bebiendolatas al sol
como las lagartijas nos fuimos por ahí… ya sabes… lo de siempre —bebí de
la nueva caña, esta de un tamaño más decente, y rechacé el pincho que me
ofrecía el Terraza—. La verdad es que me acuerdo de más bien poquita
cosa. Apolinar se peleó con un tipo en el paseo porque éste le pilló
intentando ligarse a su novia, que por cierto, era una gorda —Tito se rió y
pidió una caña y unoschampiñones con salsa—. Después recuerdo verle
subirse a las farolas del parque en la calle larga y apagarlas a puñetazos,
aquello parecía el Medievo. Después… vomité en la cama del Pony y justo
me pilló dándole la vuelta al colchón, se enfadó, pero estaba muy borracho,
creo que no se acuerda. Volviendo para casa o quizás yendo a otro bar se
tumbó de repente en medio de un charco y se puso adormir el tío. Tuvimos
que cargar con él nueve pisos por las escaleras para dejarlo en el sofá de su
casa —volví a beber.
—¿Y luego?
—Ya no me acuerdo de más, pero mira este corte que me hice en la
frente.
—¿Cómo?
—Ni idea.
—Pues vaya una pinta fea que tiene, socio.
El Negro salió en ese momento de la cocina con una gran fuente de
patatas con chorizo. Cojeaba, pues había perdido unapierna en un incendio
hacía años, cuando era bombero, pero aún así lo hacía con cierta gracia,
bailoteando como un loco hipnotista mientras repetía sinsentidos como: Un
pez que siempre iba donde quiera que fuese y cosas así.
Al Zurdo se le había acabado el crédito en la máquina y se acercó a
Teo para que le cambiase un billete azul que enarbolaba con descaro para
poder comprar tabaco en la...
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