Amo de mi destino

Amo de mi destino, capitán de mi alma
Capítulo 1
“La educación es el arma más poderosa
que puedes usar para cambiar el mundo.”
Nelson Mandela

Según me contaba mi padre, Mbobo Simelani, el día en que nací fue uno de los más calurosos de su vida, quizás porque Paballelo, un distrito segregado sin arboles a 750 kilómetros al norte de Ciudad del Cabo y a otros tantos de Johannesburgo, seencontraba en el límite del desierto de Kalahari, en los últimos confines de la Tierra; o porque corría el día 7 de diciembre de 1971, el mes más caluroso del año en Sudáfrica. No lo sé, pero recuerdo que cada vez que cumplía años, él contaba este tipo de anécdotas en la mesa; sus historias, eran su regalo.
Mi madre, Sira Mbatha, tuvo que darme a luz en mi hogar, con la ayuda de un vecino, ya queel único hospital de la zona se encontraba en Upington, y los negros tenían prohibido el acceso. Sí, tal era nuestra situación, la vida de los “kaffir”, o como se dice comúnmente en Norteamérica, “nigger”. En Sudáfrica había un distrito negro junto a cada ciudad blanca. Pero, aunque estas unidades territoriales siempre tenían muchos más habitantes, en los mapas sólo aparecían las ciudades blancas.Mis primeros años fueron muy difíciles; como en la mayoría de los hogares de familias negras, el dinero escaseaba. Las actividades primarias de mis padres estaban dirigidas meramente a la subsistencia. Recuerdo ver cada atardecer, a mi padre caminando agitado, cubierto de pies a cabeza de un polvo oscuro que ya parecía formar parte de su esencia, volviendo a casa luego de una extensa jornada detrabajo en las grandes minas de carbón. Como pueden imaginarse, mi infancia estuvo muy lejos de la vida llena de lujos de la aristocracia afrikáner, y desde muy temprana edad me vi obligado a robar lo que podía, no porque me sintiera orgulloso de hacerlo, sino porque las circunstancias lo requerían. El contraste entre uno y otro lugar, siempre que se cruzaba del mundo blanco al mundo negro enSudáfrica, era estremecedor; como si se hubiese retrocedido un siglo o se hubiese pasado directamente de una zona residencial de Marbella a Burkina Faso. La enemistad hacia la raza blanca se palpaba en el ambiente, mi padre solía decirme: “Makhosini, a un hermano nunca se le roba, el afrikáner es el enemigo, ellos tienen nuestro dinero, quítales lo que nos pertenece”. El odio racial excedía lopuramente político, se había convertido en un flagelo inserto en la misma sociedad. Mis pequeños atracos que me veía obligado a realizar eran sencillos pero eficientes, el único inconveniente es que mi “trabajo” era en Upington, que se encontraba a un kilómetro y medio de Paballelo, y era el corazón afrikáner. Les robaba a todos mientras sean blancos, desde el “menos adinerado” hasta el típico afrikánerde traje y corbata con su maletín de cuero. Era cuestión de segundos, arrebatar y correr lo más rápido que podía, nunca me alcanzaban, y llegaba velozmente a casa en un abrir y cerrar de ojos.

De más está decir que no tuve la posibilidad, al igual que millones de niños “kaffir” (odio esa palabra, pero eso éramos, o al menos eso nos hacían creer), de recibir algún tipo de educación, másalláde los insistentes pero poco productivos intentos de parte de mi madre en sus extensas clases particulares de Historia. Aun así, creo conveniente hacer la aclaración de que la “historia” de la que me hablaban, no era la misma que la recitada por cualquier niño en una escuela de Occidente. MI Historia, era la historia de MI pueblo. Una gran parte de la población negra sudafricana, así como mifamilia, era descendiente de los zulúes, y por lo tanto, mis lecciones diarias estaban dirigidas a repetitivas cátedras sobre el inmenso imperio zulú de comienzos del siglo XIX y su grandioso pero polémico jefe tribal Shaka. Volviendo al tema de la educación, las autoridades de Upington que administraban Paballelo, no permitían la escolarización de niños negros desde los 15 años. Se atenían al pie de...