amor en tiempos revueltos
Este fenómeno no es nuevo en la política española, en la que el trámite sucesorio ha sido siempre complicado. Calvo Sotelo no consiguió, tras la dimisión de Suárez, hacerse con el control de la UCD, ni reordenar el proyecto centrista, ni evitar la ruptura de la coalición. Tampoco Almunia, tras suceder a Felipe González, consiguió afirmar su liderazgo en el PSOE, ni recomponer su unidad, niarticular un discurso renovado y coherente. Lo mismo parece estar ocurriendo ahora con Rajoy. En los tres casos citados, se trata de personalidades fuertes, con una larga y distinguida trayectoria política, inteligentes, prudentes y moderados, que podrían haber sintonizado fácilmente con amplios sectores de la ciudadanía si hubieran llegado a la dirección de sus partidos por sí solos o al Gobiernotras ganar por sí mismos las elecciones.
Calvo Sotelo, Almunia y Rajoy fueron elegidos formalmente por los órganos democráticos de sus respectivos partidos, pero tras haber sido designados por sus antecesores, sin competir con otros candidatos y sin la legitimidad suficiente para seleccionar sus propios equipos ni imponer sus propios proyectos. Ni Calvo Sotelo ni Almunia consiguieron superar esedéficit inicial, ni despejar las incertidumbres que esa situación arrojaba sobre su autonomía, en el primer caso, para dirigir el Gobierno y evitar que pasara a la oposición y, en el segundo, para convertir a la oposición en una alternativa de gobierno. El resultado fue devastador para la UCD, que terminó descomponiéndose, y para el PSOE, que experimentó el año 2000 una de las mayores derrotas desu historia reciente.
Rajoy camina por esa misma senda. Comparte con Calvo Sotelo y con Almunia la falta de ambición política, un alto grado de escepticismo, una actitud de resignación ante la fatalidad de su destino y un talante de notable indolencia. Como Calvo Sotelo y Almunia, Rajoy está también muy por encima de la inmensa mayoría de sus colaboradores y por eso mismo tiene poco sentidopensar que personalidades con tan escasa entidad como Acebes, o tan polémicas y vulnerables como Zaplana, le estén marcando la línea. Pero la línea que sigue el PP responde menos a las expectativas de innovación y moderación suscitadas por su actual presidente que al continuismo puro y duro con el que se identifican los dos ex ministros que protagonizaron, al lado de Aznar, la operación dedesinformación y manipulación que tuvo lugar entre el 11 y el 14 de marzo de 2004.
Esa línea, que se fijó hace un año, antes de que Aznar saliera del Gobierno, establece como objetivo prioritario y casi único persuadir a los españoles de que sin el brutal atentado del 11-M el PP habría ganado las elecciones y que las habría ganado incluso con el atentado si no hubiera sido por la supuesta manipulaciónque hicieron de él, en vísperas de las elecciones, el PSOE y la cadena SER. Da igual que esa imputación carezca de base alguna y da igual que haya quedado claro que fue el Gobierno quien manipuló la información aquellos tres días tratando de hacer creer, contra toda evidencia y frente a todos los indicios, en la autoría de ETA; que lo hizo, o de forma interesada o en virtud de un cálculo erróneo,...
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