Amor Materno, Amor Paterno

Amor materno, amor paterno



La lección de los registros parroquiales y de las observaciones médicas es mostrar como la precariedad de la vida y el deseo de vivir componen la trama de sensibilidades. Estas son, en primer lugar, de una época en la que los recién nacidos son particularmente frágiles en sus primeros días y sus primeras semanas, quizá un poco menos en los meses que siguen:según las regiones, entre 20 y 40 % no alcanzan su primer año. La mortalidad infantil del reino sobrepasa el 280% a principios del siglo XVIII; debía ser aun más lata un siglo antes y se elevaba ampliamente en periodos difíciles. No olvidemos que, todavía en 1900, la mortalidad se sitúa en un 160%. Las disparidades regionales están vinculadas a la insalubridad natural de los terruños, a su riquezao su pobreza relativas, el grado de urbanización, que no siempre actúa en sentido favorable, a la presencia de niños criados por nodrizas, entre otras cosas. En Sologne, durante el calor, se batió un récord: 374% en el siglo XVIII; en Anejo, la benignidad climática variable y la riqueza diversa dan una diferencias de entre 170 y 260%; alrededor de Paris, se calcula un amplio 280% hacia 1750.Después un poco por todos lado, se comprueba una baja sensible, aun si hay un regreso ofensivo de la muerte del Antiguo Régimen. El retroceso de la mortalidad infantil responde a los historiadores que todavía se preguntan si la medicina y la cirugía de entonces no destruía más hombres de los que salvaba. El hecho es que algo sucede y que para la familia es el principio de un cambio de rumbo, unaesperanza fundada sobre débiles victorias y sobre frágiles promesas, una ruptura con la tenaz presencia de la muerte en la cuna de los recién nacidos.


La mortalidad inocente


Las razones de la hecatombe son evidentes. Nada puede intentarse para luchar verdaderamente contra las causas de la mortalidad endógena, la que ataca más rápido, que se lleva a más de un cuarto de los lactantes:malformaciones no percibidas, accidentes inevitables durante el embarazo, traumatismos al momento del parto y como resultado de las torpezas de las matronas que tienen las uñas mal lavadas y cuyas curas son nada menos inútiles. No hay casi nada que hacer contra las enfermedades propias de los recién nacidos, exógenas, responsables de las muertes durante el primer mes y de los siguientes: enfriamientosdurante los bautizos, cuando la iglesia no ha sido calentada y la estación es inclemente: ictericias variadas de alto riesgo, y sobre todo cólicos, diarrea y fiebres, síntomas de tifoidea, disenterías, enterocolitis, que curan como pueden con calmantes , reguladores, lavados, la universal triaca y el láudano a finales de siglo XVII. Felices los niños que están protegidos por la leche materna (ollegado el caso, por la de una tía, una prima o una vecina), porque escapan a todos estos problemas digestivos, pero nunca están fuera del alcance de un accidente: insolación, sofocación en la cama familiar, y sobre todo en verano, durante los calores, la enterocolitis de julio a septiembre, que llenan las páginas de los registros parroquiales con los rastros de estos furtivos destinos terrestres.La fugacidad secular de la primera infancia ocasiona el fatalismo de las madres y de los padres: “Pequeños niños, pequeños duelos”. El niño nacido y que corre tantos riesgos todavía no tiene acceso a la vida (M. Laget), los muertos que se repiten se inscriben en el orden de las cosas.

Los citadinos no están a salvo de la hecatombe de los inocentes, al contrario: la vida urbana tiene susimperativos. Primero ésta concentra los abandonos, los de la ciudad y los llanos que la rodea; los niños abandonados en hospitales y en casas caritativas se envían a las nodrizas en algún pueblo. Entre el momento en que los recogen y el de su partida, más de la mitad muere en condiciones espantosas; los que sobreviven al viaje tienen algunas ligeras posibilidades, una vez que han llegado al lugar...