amores que matan

Páginas: 100 (24942 palabras) Publicado: 18 de abril de 2015


Dedicatoria:
A Lisandro, el mayor, que sobrevive felizmente a mi amor de madre.
Agradecimientos:
A María, la del medio, que escuchó y me hizo buenas preguntas. A Juan, el menor, que me asesoró en mitología griega.



























¡Esa niña es mía!

Hizo girar furiosamente el mapamundi. ¿Qué derecho tenía esa extraña a irrumpir así en su vida y en la de su papá? Porque eso era,una extraña. Mali, Niger, Chad, Sudán, Zaire, Zambia. Los nombres de los países africanos eran muy difíciles y la prueba de- geografía, mañana. Cluj. ¿Dónde quedaba Cluj? ¿Y a ella qué le importaba? No era eso lo que iban a tomarle. Sus ojos subieron hasta Europa. Cluj quedaba en Rumania. Su papá se lo había dicho. Exactamente en la tierra de Drácula, en Transilvania. Próxima a la antiguaYugoslavia que hoy se desangraba en la más cruel de las guerras. La prueba. ¡La prueba! Camerún. Gabón. Brazzaville. Se los olvidaría. Estaba segura. Su papá le había dicho que lo pensara muy bien, que era ella quien tenía que decidirlo. Ni un cuatro lograría sacarse. Mala suerte. El mapamundi quedó girando todavía, cuando cerró la puerta de un golpe.
Las veredas estaban cubiertas de hojas amarillas. Elaire cié la tarde era fresco. Irina pedaleaba lentamente buscando despejarse. No entendía que le pasaba. Esa rara mezcla de rabia, impotencia,
ganas de llorar y, al mismo tiempo, curiosidad. ¡Todo por culpa de esa extraña! En dos días su vida había cambiado totalmente. Desde la llegada de la carta. «No quiero irme de este mundo sin haberla conocido», esa línea escrita con una caligrafía nerviosay menuda se dibujó en su memoria.
—¿Hubieras preferido que no te dijera nada? —le había preguntado su papá.
No, claro que no. No se lo habría perdonado. Confiaba en él ciegamente. Jamás le había fallado. Era «lo más». La madre la había abandonado cuando ella tenía unos pocos meses. Y nunca, nunca hasta la maldita carta, Irina había vuelto a saber de ella.
—¿Tomaste una decisión, hija? —lainterrogó su papá mirándola a los ojos—. Sé que es difícil pero tienes que hacerlo.
—¡No quiero ir! —respondió ella, llena de rabia.
—Entiendo lo que sientes. Pero no me gustaría que el rencor te haga decidir algo irremediable —dijo él suavemente.
—Ha vivido todos estos años sin mí. ¿Por qué quiere conocerme ahora? —insistió al borde del llanto.
—Tal vez porque es su última oportunidad. ¿Y tú notienes acaso preguntas para hacerle? Preguntas que, de otro modo, quedarán para siempre sin respuesta.
—Tengo prueba de geografía mañana, papá. Y te aseguro que esas preguntas sí van a quedar sin respuesta —concluyó Irina incorporándose y dando por terminado el tema.
Guinea, Mauritania, Namibia. Ninguno de esos nombres le resultaba tan lejano ni ajeno como Cluj, el lugar donde su madre agonizaba.Era inútil. No podía concentrarse. Prendió el televisor. El noticiero mostraba imágenes de esa guerra lejana: niños que abandonaban su casa se despedían, desolados, de sus padres. En la pantalla, una mujer envuelta en una capa avanzó hacia Irina extendiendo la mano.
—Irina, Irina —le oyó decir—. No quiero irme de este mundo sin haberte conocido.
Se echó a temblar, aterrorizada. «Éste es elsabor, el sabor del encuentro, por qué dejarlo pasar», el jingle que siguió a las noticias le sonó como una broma macabra.
—Fue tu imaginación —le dijo su padre cuando le contó lo sucedido—. Esto te afecta más de lo que puedes darte cuenta. Por eso, y a pesar de la cercanía de Cluj a la zona de guerra, quiero que vayas. Para que los fantasmas no te persigan durante toda la vida.
Y luego, abrazándolamuy fuerte, agregó:
—Además, cuando te vaya a buscar podemos aprovechar para pasar juntos unos días en París y en Londres.
—¡Sí! —gritó Irina llena de entusiasmo—. ¡Eso es lo que más me gusta! Pero tienes que prometerme que no solo vamos a visitar museos. ¡Debe haber una ropa tan linda!
—Mujeres, mujeres —dijo Julio suspirando cómicamente.
Y padre e hija se quedaron charlando, haciendo...
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