Análisis De Artes Visuales

BELLA CARNE DE LUZ Y TINIEBLA
Apuntes sobre Judith I, de Gustav Klimt
¿Quién es ésta que sube del desierto como columna de humo,
sahumada de mirra y de incienso
y de todo polvo aromático?
Cantar de los cantares.

Para el observador descuidado, lo que aparece ante su ojo es una pintura más que nada decorativa, bonita, un arte menor, propio para una habitación de mujer, sinónimo eufemísticode no-arte o arte poco serio. Podemos imaginar a este observador, la displicencia con que pronuncia, con atisbos sentenciosos, la consigna repetida hasta lo insaciable, desde el lugar común de una cierta petulancia crítica, a considerarla como parte de la producción de un pintor finisecular que pintaba para el gusto femenino de la alta burguesía vienesa, concretamente, hablamos de la producción deun retratista de las esposas de acaudalados empresarios y banqueros judíos. En parte es cierto: Klimt aseguró su independencia pictórica con estos encargos, los retratos de señoras le permitieron manejarse lejos de la mordaza de la Academia y de los encargos oficiales, que tanto habían gravitado sobre él.
Y sin embargo, sin advertencia, a despecho de todo, en las postrimerías de un siglo XIX quese hundirá pronto, con su elegancia y sus prejuicios, en un baño de sangre –y Gustav con él- pinta a esta Judith, que deja con el alma en un hilo a sus protectores, que ven a la heroína bíblica -que en las Escrituras se deja poseer, tan displacenteramente, por el general del ejército enemigo, al que luego dará muerte, poseída, quizás, de la ira secreta de la cópula sin goce, sacrificial-devenidaen esta mujer no solo sensual, sino insoportablemente gozadora, despojada además de armas o huellas del crimen: los signos evidentes de la violencia que la redimirá de su calidad reprobable de objeto para el goce ilícito y –hasta ahora- siempre ajeno.
Más allá del nombre –púdicamente con/fundido con el de Salomé por cierta crítica, sacudida en lo íntimo de su carnalidad, pese a que su marcodorado proclama su identificación - y su remisión inmediata, a través de este acto de proclamación tan público, al contexto bíblico, dejamos olvidado con su ignorancia presuntuosa al Observador Descuidado y nos dejamos poseer por la sacudida que nos golpea, proveniente de esa superficie dorada, con ese acto supremo de halar desde las pupilas hacia el interior de nuestro cuerpo, para que nospreguntemos, aun temblando con nuestra contemplación abierta:
¿Quién es esta mujer, plagada de símbolos sagrados y a la vez, inmensa en su capacidad de sacudir al ojo que mira con asombro, con escándalo e inconfeso deseo, tan grande desborde en la expresión del placer?
I El ojo del deseo.
¿Que ves? ¿Qué ves cuando me ves?
Divididos

La mujer fea, la decapitadora, ignora el despojo que la identifica;la cabeza muerta (1)(Cirlot, 1985) de Holofernes, oscurecida, pende hacia un costado, hacia el olvido, acariciada casi indiferente por la frágil mano –la garra-, a semejanza de la presa menor que sirve de entretenimiento fugaz a su depredador.
La mirada, intensa y velada por las penumbras de las pestañas, no plasma el gesto de la sorpresa, sino de la atención otorgada sin prisa ni pausas, nosrevela a nosotros, los espectadores, como un cuerpo otro, erotizado y erotizante; somos poseídos por esos ojos, paladeados por la boca (2) entreabierta de dientes disparejos, nos tasa -¿cómo a presas?-con sus ojos estrábicos, desde un rostro anguloso e imperfecto, somos un punto a la vez difuso y específico: ese punto que calza con nuestra propia mirada: somos nosotros la carnalidad destinataria quesus ojos entrecerrados ponen en la circulación del deseo.
Mucho del enigma de esa mirada se asienta en la imagen simbólica del rostro abierto, como desplegado bajo el abanico oscuro del peinado, un rostro majestuoso, distante, exaltado a partir de esta suerte de halo negro que se extiende, armado con la masa de los cabellos(3), demarcado contra el fondo en realce con la aplicación de la hoja...