Analisi Otra Maldad De Pateco
* 2. castilla la vieja? ¿Qué dirían las encopetadas damas y distinguidos caballeros criollos en elbautizo del exotiquísimo recién nacido? La obesa rata de la duda roía incansable el corazón de Don Felipe Montero. Unanoche lluviosaordenó a Cristóbal, uno de sus esclavos, que se llevara a la comprometedoracriatura y la dejara abandonada en el monte, a la merced de los elementos. Pero Cristóbal, como suele suceder en estos casos, se apiadó del niño y le salvó lavida, dejándolo al cuidado de una curandera nombrada Mamá Ochú. Mamá Ochú vivía en una humilde casita a orilla del río de la Plata. Allí se ocupó delcrió, lo amamantóy lo vistió como pudo dentro de su pobreza. Tan pronto tuvo el niñocapacidad, le dijo su guardiana: -José Clemente te llamarás. Y de esta casa no saldrás sin mi permiso. Afuera andasuelto el mal. Encerrado en la casucha, ignorante del mundo, José Clemente veía pasar los días sindistinguirlos de las noches. Los cuentos que le hacía Mamá Ochú –cuentos de Pateco,Calconte y la Gran Bestia, de JuanCalalú y la Princesa Moriviví—eran su única distracción. Pero ya al niño le habían crecido tanto la curiosidad y la sed de vida que un día lepreguntó -con mucho respeto-a la vieja curandera: -¿Por qué soy blanco y tú negra, Mamá Ochú? Del susto, Mamá Ochú se persignó tres veces y una al revés. En la casa no habíaespejos y el niño, que sólo veía su cuerpo y nunca su cabeza, juraba por su blancuratotal.Mamá Ochú no supo cómo decirle la verdad y por no causarle pena, soltó: -Porque así lo dispuso el señor Todopoderoso Changó. El niño pareció conformarse con la explicación. O se hizo. Pasó el tiempo y MamáOchú andaba ya creída de que el temporal había pasado, cuando dio un revirón: -Mamá Ochú, ¿de qué color son mis ojos? -Azulito como el río –mintió la pobre vieja, pidiéndole perdón a Changóporsemejante sacrilegio. -¿Y mi pelo, Mamá Ochú? -Amarillito como el sol. 2
* 3. Entonces fue que a José Clemente le entraron verdaderos deseos de Conocer el río,de saber el sol y de contemplarse la cabeza .Pero su guardiana le recordó que el mal andabasuelto por los campos y el pobrecito siguió fermentando fantasías en su alambique desueños clandestinos. Siguieron galopando los años. JoséClemente era un muchacho alto y fuerte. Sucuriosidad se había estirado con él. Un día que Mama Ochú andaba porái buscando leñapara el fogón, una sospechosísima ráfaga de viento abrió de sopetón la ventana. Y nacieronel mundo, el río y el sol. Y algo más. Porque en aquel bendito instante acertó a pasar por allí, como porcasualidad, una joven esclava de belleza bruja que hubiese hecho reventar de celos...
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