Anarquismo en chile
Es sábado y Santiago despierta con muy poca gente. Muchos de los habitantes de la ciudad han salido.La mayoría de los que se quedaron aún duermen, producto de las celebraciones del viernes y se preparan para una larga fiesta de cinco días. Son las Fiestas Patrias y las fondas se alistan para recibir una marea humana que quiere divertirse y no pensar en nada.
A pocas cuadras del Parque O’Higgins, epicentro de las celebraciones nacionales, por calle Nataniel Cox, en el bar La Gota, un grupo dejóvenes prepara lo que será una tocata de varias bandas, incluyendo un grupo de España, una feria de poleras, fanzines, música, libros, parches y alimentos vegetarianos.
Pasa un tipo en motocicleta y no puede dejar de mirar la fauna presente. En la esquina algunos toman cerveza. Adentro del abandonado local, el espacio refleja de manera perfecta las características de los más de veinte años delpunk en Chile. Lugares marginales, donde la mayoría de las veces se toca sin los permisos del sistema oficial, sin grandes escenarios, sin iluminación -un par de ampolletas de 60 son todo lo disponible-, paredes descascaradas, amplificación justa, difusión reducida en espacios ocupados o recuperados del abandono de una sociedad que sólo aspira a lo nuevo, lo moderno, lo tecnologizado, que es loque han instalado en sus cabezas como la verdad y que no calza con estos jóvenes y otros ya no tanto, que siempre tienen ganas de hacer y decir algo que parece no tener límites. Actitud por sobre las deficiencias y resistencia ante las dificultades. Así lo confirma uno de los responsables de la jornada, Guillo, vocalista y guitarra de Punkora, al decir que “en Chile las bandas punk deben estarconstantemente lidiando con pacos que suspenden las tocatas, peleas, bajo presupuesto, etc. Salvo algunas bandas consagradas, el panorama no es del todo auspicioso en cuanto a recursos, pero sí es honesto a nivel de mensaje y actitud”.
Otro sábado. El lugar es un pequeño bar frente al Cementerio General, en calle Recoleta, conocido y bautizado como “El quita penas”. Hay punks, skinheads y uno queotro seguidor de un par de bandas de ska. Es un festival antirracista, organizado por un colectivo capitalino. Son las nueve de la noche y aún no parte. Muchas bandas estaban tocando en otra actividad que empezaba a las cinco de la tarde en La Fábrica. La historia se repite: no importan las condiciones, no importa que la misma batería sirva para todas las bandas, que las guitarras eléctricas sequeden sin cuerdas y haya que compartirlas, que el límite entre los que tocan y el público no exista o que la preocupación de los organizadores esté siempre presente ante el riesgo de infiltrados, provocadores, grupos de neo nazis que buscan golpear a los asistentes o las policías que nunca han visto y nunca verán con buenos ojos a estos “cabecitas rapadas o ‘punkis’ que hacen sus fiestas para purodrogarse y generar destrucción”, tal como lo han escrito muchas veces en diarios o lo han dicho sus más altas autoridades.
Ahora es un domingo a media tarde. Es una cancha de baby fútbol en Peñalolén. Tocan ocho bandas. Las graderías acogen a un pocos seguidores. La amplificación entrega un sonido un poco saturado. Y todo fluye sin complicaciones. Las horas pasan y la noche separa a los comunesy se van con la alegría del logro obtenido. La otra realidad del punk.
Nuevamente es sábado. Nuevamente el espacio público de la ciudad controlada por cámaras y equipos policiales ve como, convocados por la música, muchos de estos jóvenes a los que denominan antisistémicos -no se han cansado de usar el término o buscarle sinónimos- se congregan para disfrutar y comunicar. El bandejón central...
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