Antolog A
Introducción……………………………………………………………………………………………2
“María” de Jorge Isaacs…………………………………………………………………………...3-5
“La cordura entre Roma y Rafael” de Rafael R. Valcárcel…………………………….6-8
“Amalia” de José Marmol…………………………………………………………………………9-13
“Regalos de papel” Rafael R. Valcárcel……………………………………………………..14-16
“La mesa junto a la ventana” de Liana Castello………………………………………..17-20
El avión de la BellaDurmiente de Gabriel García Márquez………………………….21-26
A la deriva de Horacio Quiroga………………………………………………………………..27-30
“Querido Yo” de Rafael R. Valcárcel…………………………………………………………31-33
“Huella Impar” de Rafael R. Valcárcel………………………………………………………34-37
“La Pastilla Rosa” de Rafael R. Valcárcel………………………………………………….38-39
“Cuento para madres negras” de Mario Delgado Aparián……………………………39-41
“La historia se repite”de Gabriel García Márquez………………………………………..42
Biografías………………………………………………………………………….………………..43-47
Glosario………………………………………………………………………………………………….48
Comentarios……………………………………………………………………………………………49
Referencias……………………………………………………………………………………………..50
El avión de la Bella Durmiente de Gabriel García Márquez
Era bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendras verdes,y tenía el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad que lo mismo podía ser de Indonesia que de los Andes. Estaba vestida con un gusto sutil: chaqueta de lince, blusa de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo, y unos zapatos lineales del color de las buganvilias. “Esta es la mujer más bella que he visto en mi vida”, pensé, cuando la vi pasar consus sigilosos trancos de leona, mientras yo hacía la cola para abordar el avión de Nueva York en el aeropuerto Charles de Gaulle de París. Fue una aparición sobrenatural que existió sólo un instante y, desapareció en la muchedumbre del vestíbulo.
Eran las nueve de la mañana. Estaba nevando desde la noche anterior, y el tránsito era más denso que de costumbre en las calles de la ciudad, ymás lento aún en la autopista, y había camiones de carga alineados a la orilla, y automóviles humeantes en la nieve. En el vestíbulo del aeropuerto, en cambio, la vida seguía en primavera.
Yo estaba en la fila de registro detrás de una anciana holandesa que demoró casi una hora discutiendo el peso de sus once maletas. Empezaba a aburrirme cuando vi la aparición instantánea que me dejósin aliento, así que no supe cómo terminó el altercado, hasta que la empleada me bajó de las nubes con un reproche por mi distracción. A modo de disculpa le pregunté si creía en los amores a primera vista. “Claro que sí”, me dijo. “Los imposibles son los otros”. Siguió con la vista fija en la pantalla, de la computadora, y me preguntó qué asiento prefería: fumar o no fumar.
—Me da lo mismo—le dije con toda intención—, siempre que no sea al lado de las once maletas.
Ella lo agradeció con una sonrisa comercial sin apartar la vista de la pantalla fosforescente.
—Escoja un número —me dijo—: tres, cuatro o siete.
—Cuatro.
Su sonrisa tuvo un destello triunfal.
—En quince años que llevo aquí —dijo—, es el primero que no escoge el siete.
Marcóen la tarjeta de embarque el número del asiento y me la entregó con el resto de mis papeles, mirándome por primera vez con unos ojos color de uva que me sirvieron de consuelo mientras volvía a ver la bella. Sólo entonces me advirtió que el aeropuerto acababa de cerrarse y todos los vuelos estaban diferidos.
— ¿Hasta cuándo?
—Hasta que Dios quiera —dijo con su sonrisa. La radioanunció esta mañana que será la nevada más grande del año.
Se equivocó: fue la más grande del siglo. Pero en la sala de espera de la primera clase la primavera era tan real que había rosas vivas en los floreros y hasta la música enlatada parecía tan sublime y sedante como lo pretendían sus creadores. De pronto se me ocurrió que aquel era un refugio adecuado para la bella, y la busqué en los otros...
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