Antologia
(Cuento)
Hasta que sala de los ojos una mezcla de embrujo y alquimia, sortilegio oscuro para el dios Tariacuri, hasta que los negros y grises tean las montaas mexicanas de Tenochtitln, hasta que la tinta manaba como una savia oscura del corazn malherido de la deidad, la nia Aurorita, olvidada de colores y sol, iba dibujando un paisaje sinuoso en el que siempre rotulaba un nombre:Cumiechcuaro o regin de los muertos. Por doquier manos desencajadas, piernas gangrenadas, cintos y ltigos bordeando la lmina como una cenefa que brotara del terror.
Haca poco que la nia Aurorita iba a la escuela. Desde que naci haba llevado una vida trashumante, deambulando con su padre por todo Mxico, ofreciendo cacharros y cucaas de buhonero a las mujeres que salan a su encuentro. Ahoritaviva en una casa, situada en un barrio humilde de la capital. La maestra Lupita se dio cuenta de que algo pasaba. El aspecto de la nia era desaliado, se sentaba siempre en el ltimo banco, y all junto a la ventana, clavaba sus ojos en los rboles desmedrados del patio. En clase estaba como ausente, no jugaba con sus compaeros, permaneca siempre aislada y silenciosa, haciendo siempre el mismo dibujosin colores vivos, dibujos como la produccin de un mundo agresivo y deshumanizado.
-Y mamita?
-No tengo mamita, doa Lupe.
-Por qu vistes de esa manera?
-No tengo dinero para comprarme ropa nueva. Hasta luego, maestrita!
La nia sali corriendo, esquivando el interrogatorio de la maestra. Al llegar a casa Aurorita encontr a su padre, echado sobre la mesa, ante una botella de charanda y otra detequila. Tena el hombre las misierucas y roas propios de una condicin rebelde que mojaba en abundante alcohol. Su faz estaba llena de cacaraas y los ojos, veteados de ramalazos rojos, flotaban en una linfa acuosa y amarillenta dando a su mirada el carcter ruin de los borrachos. Desde que haba abandonado su oficio de buhonero, no haca ms que beber buscando cobardemente el olvido de la mujer a la quehaba amado y perdido en el parto de Aurorita. Consuma esperanzas, fumaba gregarismos, su lenguaje entre leguleyo y vulgar denotaba su hasto y flaqueza.
-Aurorita! Aurorita! Ven a platicar conmigo, chamacona.
-Papito, sabes que la maestra Lupita no quiere que vaya a la escuela con este vestido descolorido y harapiento?
-Tienes ya once aos, Lupita, tienes edad para defenderte de alimaas comoesas.
Pero t tan desobediente como siempre, ojal nunca hubieras nacido!, eres la culpable de que muriera tu madre.
La nia no rehuy las miradas como haba hecho otras veces y abord a su padre nuevamente:
-La maestra Lupita me ha dicho que yo no tengo la culpa de nada.
-Entonces por qu muri tu madre? Contesta!.
-Muri porque se puso enferma, yo no tengo la culpa.
-Enferma dices? Enferma?, t lahiciste enfermar. Yo no quera hijos pero ella se empe, y llegaste t, mala pcora, arrebatndomela para siempre.
-La maestra dice que yo no tuve la culpa!
-No me grites! Voy a ensearte lo que esa zorra no hace, voy a ensearte normas de comportamiento y buenos modales, renacuajo.
El papito se quit el cinto y golpe a Aurorita hasta dejarle marcada la espalda. Como siempre haca despus de la paliza, lania se encerr en su pieza y comenz a dibujar el Cumiechcuaro. Negros. Grises. Dioses con lengua de serpiente. Manos blandiendo espadas. Cuerpos perforados.
Despus de acabar la botella de tequila el papito empez a golpear con los puos la puerta de la recmara diciendo:
-Sal de ah y prepara la cena que para eso eres una mujer!
La nia se acurruc tras las cortinas.
-Qu salgas, chamaca deldemonio!
Tan violentas fueron las embestidas que la puerta cedi abrindose de par en par.
-Dnde ests, charra?
Aurorita sigui agazapada tras las cortinas como un animal enfermo. Cuando el hombre la encontr, la agarr por la trenza y la oblig a salir de la recmara.
-Prepara la cena ahorita mismo!
La nia entr en la cocina y sin que su padre la viera salt por la ventana que daba a un descampado seco y...
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