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Páginas: 12 (2896 palabras) Publicado: 2 de octubre de 2014
1 Sección 1 febrero

9/2/07

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Página 49

La noche de
la Coatlicue
Mauricio Molina

Los mitos hablan a través de nosotros y su lenguaje se compone de imágenes, atisbos, intuiciones. En este cuento Mauricio
Molina, autor de Tiempo lunar, La geometría del caos y El
planetario de Barba Azul, entre otros, nos ofrece una ficción en
torno a la Coatlicue, una de las figuras másinquietantes del
panteón azteca.
Para Óscar Guerra, in memoriam

Lo conocí en una vieja cantina del Centro. Era uno de
tantos parroquianos, de ésos que pasaban, se quedaban
para tomar un par de tragos y luego se marchaban. Al
verlo así, con su trajecito luido, brilloso por el uso, sus
zapatos baratos y su viejo portafolios de piel descascarada, nadie se podría imaginar que era poseedor de unsecreto, ni mucho menos, por supuesto, que hubiera
vivido tantos años. Cetrino, enjuto, de fuertes rasgos
indígenas, siempre frente a sus inevitables tequila y cerveza, el licenciado Borunda era todo menos un ser
mitológico de ésos que parecen provenir del sueño o de
la pesadilla. Y sin embargo comenzaré diciendo que era
la personificación misma de todo aquello que se ocultaba debajo de laCiudad de México, en el antiguo lago
fósil que durante la temporada de lluvias, año con año,
amenaza siempre con regresar.
Nos hicimos amigos o cómplices a partir de la frecuentación de la misma cantina, Los viejos tiempos, ubicada en la esquina de la Plaza de Santo Domingo, a un
lado de donde antaño estuvo instalada la Inquisición,
frente a los puestos donde los evangelistas escribían
cartaspara familias lejanas, falsificaban títulos y pasa-

portes o hacían tarjetas de presentación
e invitaciones para fiestas de quince
años, casamientos o funerales.
Borunda trabajaba en el Archivo Muerto de la Secretaría
de Hacienda a un lado del templo de Santo Tomás, cerca de
donde alguna vez estuvo la
Biblioteca Nacional. Vivía en
la calle de Regina en un viejo
departamento de renta congelada. Su vida al parecer era
s i mple. Un alcoholismo suave,
tranquilo, casi indiferente, le
permitía vivir sus días con decoro e
incluso con alguna dignidad: al estar
sumido en aquel estado de intox icación permanente era como si un
sonámbulo o un ser de otro mundo o de
otro tiempo estuviera hablando frente
a uno. Esta despersonalización era el
signo fundamental de su carácter.REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 49

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En muchas de nuestras pláticas, a las que a menudo se
sumaban un libre ro de viejo de la calle de Palma y un
profesor de preparatoria jubilado, abundaban los
temas del esoterismo mexicano: la identidad secre t a
de la Virgen de Guadalupe, la existencia de sectas que
todavía, a principios delsiglo XXI, veneraban a Tláloc
y Huichilobos, y que, se decía, llevaban a cabo sacrificios humanos. A menudo discutíamos si Q e t z a l c ó a t l
u
y Xólotl, los dioses gemelos que re p resentaban a
Venus en el crepúsculo y al amanecer, eran la misma
deidad, si el Panteón Azteca no era sino una sola entidad dispersa en múltiples facetas, como ocurría con el
hinduismo, o si se trataba deinnumerables deidades
m e n o res cuya multiplicación incontrolada estaba
sujeta a los caprichos de un rico imaginario colectivo
que se manifestaba, aun hoy, con el culto a multitud
de santos.
Todo esto transcurría entre tequilas, cantantes de
boleros y, sobre todo, con la compañía de la inevitable
presencia de Lupita, la mesera de la cantina que, allá
por los tiempos en que los tranvías aúncruzaban la ciudad, había sido su querida, una desdichada prostituta
de Peralvillo que habitaba lo que Borunda llamaba “los
labios de la tierra”, aludiendo a lo que antaño había
sido la orilla del lago fósil, frente a Tlatelolco.
***
Una tarde, mientras conversábamos, al calor de los
tequilas, me confesó su secreto. Era un lunes, lo recuerdo bien porque no había nadie en la cantina. Borunda...
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