Arando en el mar
SoHo Recomienda: Animales domésticos Antonio García Ángel La otra orilla
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Nuestro Melrose
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Por: ANTONIO GARCÍA
Desde este mes ya puede encontrar en las librerías del país Animales domésticos, el nuevo libro de cuentos del escritor Antonio García. Para que se antoje de comprarlo, un adelanto: un cuento en exclusiva para SoHo llamado 'Nuestro Melrose'.
Fue durante la época en que Ruth presentaba MTV Latino y el bar más lleno del hemisferio occidental, ubicado en Bogotá yllamado El Antifaz, estaba en su etapa de mayor concurrencia. Era feliz o creía serlo, que viene a ser casi lo mismo. Después de un par de años trabajando en radio estaba prácticamente desempleado. Pasaba mis días leyendo, escribiendo y jugando PlayStation. Un día me llamó Fernando Ramírez, que enseñaba Teorías de la Comunicación y de quien fui monitor durante buena parte de la carrera. Yo le decíaFerdinand y él me decía Antoine, un chiste que no vale la pena explicar. Ferdinand me llamó y me dijo Antoine, tengo que renunciar a mi clase por un problema de horarios: lo propuse para reemplazarme. A mis veinticuatro años me convertí en el profesor más joven de la facultad.
Tenía un apartaestudio en el edificio Girasoles, que estaba a dos cuadras de la Clínica Marly, y desde hacía seis mesesandaba con Laura. Era pecosa y, aunque su pelo era negro, tenía cara de pelirroja. Laura vivía cerca al Hospital Militar, en un apartamento con vista portentosa a la ciudad que contrastaba con mi mediocre panorama de segundo piso frente a un instituto de enseñanza intermedia. Dormíamos juntos casi siempre, la mayoría de las veces donde ella, aunque su casa me producía alergia. Siempre he sufridouna rinitis brutal que, cuando se activa, me hace estornudar sin pausa. Yo permanecía cebado de noxpirines y dristanes, pues Laura tenía cientos de adornos que colgaban del techo, estantes con botellas pintadas a mano, muñequitos de plástico, antigüedades y cachivaches que acumulaban polvo y ácaros. Tirábamos todas las noches, o casi todas. Ese ha sido el tiempo con más concentración de polvos yantigripales de mi vida. Ella no era muy dada a los preámbulos, sexo oral, masaje, lamida de pies y esas cosas: había algo agresivo y urgente en el inicio de nuestras jornadas, que iban adoptando un ritmo cada vez más sosegado. A la inversa de la naturaleza y el sentido común, Laura alcanzaba el clímax por desaceleración. Nunca he visto a nadie, ni en películas ni en la vida real, venirse desemejante manera. Su espalda se arqueaba en una curva imposible, blanqueaba los ojos, todos los músculos de su cuerpo se contraían al punto que parecía hecha de piedra, dejaba escapar un gemido como de infinito dolor y, tras un par de espasmos similares, quedaba prácticamente desmayada. Yo me sentía como un héroe. Antes tenía una novia con la que me comportaba como eyaculador precoz. Con Laura yo era unverdadero corredor de fondo. Cuando no estábamos tirando salíamos a cine, íbamos al campo, hacíamos fondues de queso, íbamos a El Antifaz y oíamos música. Tenía gustos mucho mejores que los míos. Recuerdo que entre sus discos estaba el Unplugged de Nirvana y el OK Computer de Radiohead, que luego serían importantes en mi vida (en ese entonces yo estaba anclado al rock en español y los one hitwonders de los ochenta). Otra cosa que nos hacía opuestos era que a ella tan solo parecía importarle la estética: si algo era bello podía ser incómodo o aparatoso, eso la tenía sin cuidado; para mí, en cambio, siempre han primado la utilidad y la comodidad. Por eso todo lo mío se veía más ordinario, más feo cuando ella o algo suyo estaba cerca de mí. Éramos la dama y el vagabundo. La amaba, sin...
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