Archivo Dpo1282 2
Noelia García Pérez
Universidad de Murcia
Desde que en 1971 Linda Nochlin se preguntara por qué no ha habido grandes mujeres artistas1, la historiografía feminista del arte ha dirigido sus investigaciones, de manera prioritaria, hacia dos objetivos biendiferenciados: el estudio de la mujer artista y la representación femenina a lo largo de la historia del arte2, relegando a un segundo plano otras facetas apenas estudiadas como el patronazgo artístico femenino.
Tanto la crítica como la historia del arte, abordadas desde una perspectiva feminista, son un fenómeno reciente que se inicia a finales de los años sesenta. Desde entonces, ha ido evolucionadopartiendo de una primera generación, integrada por Nochlin, Garrad, Broude, Duncan o Harris, que se enmarca dentro de lo que Gouma-Peterson y Mathews han denominado metodologías conservadoras, centradas en el estudio de la condición y experiencia de ser mujer3; para llegar a una segunda generación en la que cobran más protagonismo los investigadores ingleses como Pollock, Tickner o Callen4, centradaen el empleo de nuevas metodologías de la postmodernidad, como el postestructuralismo, las teorías desconstructivistas o el psicoanálisis, para, a través de ellas, asumir posturas más radicales5.
Sin embargo, y aunque estas nuevas metodologías inicialmente pretendían analizar la posición histórica e ideológica de la mujer con relación al arte, tanto en el terreno de la producción como en el de laideología, terminaron tratando de dar respuesta a las mismas cuestiones suscitadas al principio: ¿Por qué ha sido necesario negar una parte tan importante de la historia del arte, menospreciar a tantos artistas, denigrar tantas obras de arte… simplemente por el hecho de que las artistas fueran mujeres?6.
Exceptuando algunos casos muy concretos como Isabella d’Este, Margarita de Austria o Isabel laCatólica, las mujeres patronas de las artes han sido víctima de un particular tipo de muerte: el olvido7. Han sido ignoradas no sólo por los historiadores del patronazgo artístico, centrados en el coleccionismo masculino personificado en reyes, nobles y grandes prelados de la Iglesia, sino también por los estudios feministas que, por paradójico que pueda parecer, ignoraron una de las facetas enlas que la mujer aparece más claramente discriminada: el estudio de su labor como promotora artística.
En el campo de los estudios feministas de la Historia del Renacimiento se hace indispensable desplazar, en cierto modo, las fuentes documentales masculinas y optar por las narraciones escritas por las propias mujeres. Tal y como señaló Christine de Pizan, la primera mujer que hizo una defensafeminista de sus contemporáneas, “si las mujeres hubieran escrito libros, tengo por cierto que la cosa habría sido muy distinta, pues saben muy bien que las acusan injustamente”8. No se trata, pues, de añadir estudios aislados de mujeres al curso de la historia, sino de rehacer las categorías a través de las cuales el pasado se ha ido conformando9. Un buen ejemplo a esta necesidad de estudiar lahistoria de las mujeres desde sus propios testimonios viene dado de la mano de Jacob Burckhardt en su obra La Cultura del Renacimiento en Italia, publicada en 1860, donde señala que “para la comprensión de la alta sociabilidad del Renacimiento es, finalmente, esencial, saber que la mujer era igualmente estimada que el hombre”10. A esta afirmación, los autores contraponen las palabras de la monjaveneciana Arcangela Tarabotti quien describe en sus escritos los enormes obstáculos que las mujeres encontraron al tratar de dar forma escrita a sus ideas públicas, tal y como hicieran los humanistas11.
Este punto de vista radicalmente opuesto sobre una misma realidad tiene como fin demostrar que nuestras visiones del Renacimiento han venido de la mano de hombres de clase media que escriben para y...
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