Capítulo I En una tarde de mayo de uno de los primeros años del siglo XIV, volvían de la feria de San Marcos de Cacabelos tres, al parecer, criados de alguno de los grandes señores que entonces se repartían el dominio del Bierzo. El uno de ellos, como de cincuenta y seis años de edad, montaba una jaca gallega de estampa poco aventajada, pero que a tiro de ballesta descubría la robustezresistencia propias para los ejercicios venatorios, y en el puño izquierdo cubierto con su guante llevaba un neblí encaperuzado. Registrando ambas orillas del camino, pero atento a su voz y señales, iba un sabueso de hermosa raza. Este hombre tenía un cuerpo enjuto y flexible, una fisonomía viva y atezada, y en todo su porte y movimientos revelaba su ocupación y oficio de montero. Frisaba el segundo en lostreinta y seis años, y era el reverso de la medalla, pues a una fisonomía abultada y de poquísima expresión, reunía un cuerpo macizo y pesado, cuyos contornos de suyo poco airosos, comenzaba a borrar la obesidad. El aire de presunción con que manejaba un soberbio potro andaluz en que iba caballero, y la precisión con que le obligaba a todo género de movimientos, le daban a conocer como picador opalafrenero, y el tercero, por último, que montaba un buen caballo de guerra e iba un poco más lujosamente ataviado, era un mozo de presencia muy agradable, de gran soltura y despejo, de fisonomía un tanto maliciosa y en la flor de sus años. Cualquiera le hubiera señalado sin dudar porque era el escudero o paje de lanza de algún señor principal. Llevaban los tres conversación muy tirada, y como eranatural, hablaban de las cosas de sus respectivos amos, elogiándolos a menudo y entreverando las alabanzas con su capa correspondiente de murmuración. -Dígote Nuño -decía el palafrenero-, que nuestro amo obra como un hombre, porque eso de dar la hija única y heredera de la casa de Arganza a un hidalguillo de tres al cuarto, pudiendo casarla con un señor tan poderoso, como el conde de Lemus, seríapeor que asar la manteca. (...) -No hace bien tal -repuso el juicioso montero-, porque, sobre no tener doña Beatriz en más estima al tal conde que yo a un halcón viejo y ciego, si algo le lleva de ventaja al señor de Bembibre en lo tocante a bienes, también se le queda muy atrás en virtudes y buenas prendas (...) -Cierto es que nuestro amo no ha empeñado palabra ni soltado prenda, a lo que tengo,entendido; pero en ese caso, mal ha hecho en recibir a don Álvaro del mismo modo que si hubiese de ser su yerno, y en permitir que su hija tratase a una persona que a todo el mundo cautiva con su trato y gallardía, y de quien por fuerza se había de enamorar una doncella de tanta discreción y hermosura, como doña Beatriz. -Pues si se enamoró, que se desenamore -contestó el terco palafrenero-;además, que no dejará de hacerlo en cuanto su padre levante la voz, porque ella es humilde como la tierra, y cariñosa como un ángel, la cuitada. -Muy descaminado vas en tus juicios -respondió el montero-, yo la conozco mejor que tú porque la he visto nacer; y aunque por bien dará la vida, si la violentan y tratan mal, sólo Dios puede con ella. -Pero hablando ahora sin pasión y sin enojo -dijo Millánmetiendo baza-, ¿qué te ha hecho mi amo, Mendo, que tan enemigo suyo te muestras? Nadie, que yo sepa, habla así de él en esta tierra, sino tú.
-Yo no le tengo tan mala voluntad -contestó Mendo-, y si no hubiera parecido por acá el de Lemus, lo hubiera visto con gusto hacerse dueño del cotarro en nuestra casa, pero ¿qué quieres, amigo? Cada uno arrima el ascua a su sardina, y conde por señornadie lo trueca. -Pero mi amo, aunque no sea conde, es noble y rico, y lo que es más, sobrino del maestre de los templarios y aliado de la orden. -Valientes herejes y hechiceros exclamó entre dientes Mendo. -¿Quieres callar, desventurado? -le dijo Nuño en voz baja, tirándole del brazo con ira-. Si te lo llegasen a oír, serían capaces de asparte como a San Andrés. (...) Con éstas y otras llegaron al...
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