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Páginas: 18 (4323 palabras) Publicado: 11 de julio de 2014
 
EL PEATÓN
 RAY BRADBURY 
Entrar en aquel silencio que era la ciudad a las ocho de una brumosa noche de noviembre, pisar la acera decemento y las grietas alquitranadas, y caminar, con las manos en los bolsillos, a través de los silencios, nadale gustaba más al señor Leonard Mead. Se detenía en una bocacalle, y miraba a lo largo de las avenidasiluminadas por la luna, en las cuatrodirecciones, decidiendo qué camino tomar. Pero realmente noimportaba, pues estaba solo en aquel mundo del año 2052, o era como si estuviese solo. Y una vez que sedecidía, caminaba otra vez, lanzando ante él formas de aire frío, como humo de cigarro.A veces caminaba durante horas y kilómetros y volvía a su casa a medianoche. Y pasaba ante casas deventanas oscuras y parecía como si pasease por un cementerio;sólo unos débiles resplandores de luz deluciérnaga brillaban a veces tras las ventanas. Unos repentinos fantasmas grises parecían manifestarse en lasparedes interiores de un cuarto, donde aún no habían cerrado las cortinas a la noche. O se oían unosmurmullos y susurros en un edificio sepulcral donde aún no habían cerrado una ventana.El señor Leonard Mead se detenía, estiraba la cabeza, escuchaba,miraba, y seguía caminando, sin quesus pisadas resonaran en la acera. Durante un tiempo había pensado ponerse unos botines para pasear denoche, pues entonces los perros, en intermitentes jaurías, acompañarían su paseo con ladridos al oír elruido de los tacos, y se encenderían luces y aparecerían caras, y toda una calle se sobresaltaría ante el pasode la solitaria figura, él mismo, en las primerashoras de una noche de noviembre.En esta noche particular, el señor Mead inició su paseo caminando hacia el oeste, hacia el mar oculto.Había una agradable escarcha cristalina en el aire, que le lastimaba la nariz, y sus pulmones eran como unárbol de Navidad. Podía sentir la luz fría que entraba y salía, y todas las ramas cubiertas de nieve invisible.El señor Mead escuchaba satisfecho el débil susurrode sus zapatos blandos en las hojas otoñales, y silbabaquedamente una fría canción entre dientes, recogiendo ocasionalmente una hoja al pasar, examinando elesqueleto de su estructura en los raros faroles, oliendo su herrumbrado olor.—Hola, los de adentro —les murmuraba a todas las casas, de todas las aceras—. ¿Qué hay esta nocheen el canal cuatro, el canal siete, el canal nueve? ¿Por dónde correnlos
cowboys
? ¿No viene ya lacaballería de los Estados Unidos por aquella loma?La calle era silenciosa y larga y desierta, y sólo su sombra se movía, como la sombra de un halcón en elcampo. Si cerraba los ojos y se quedaba muy quieto, inmóvil, podía imaginarse en el centro de una llanura,un desierto de Arizona, invernal y sin vientos, sin ninguna casa en mil kilómetros a la redonda, sinotracompañía que los cauces secos de los ríos, las calles.—¿Qué pasa ahora? —les preguntó a las casas, mirando su reloj de pulsera—. Las ocho y media.¿Hora de una docena de variados crímenes? ¿Un programa de adivinanzas? ¿Una revista política? ¿Uncomediante que se cae del escenario?




EL ASESINO



La música se movía con él por los blancos pasillos. Pasó ante una puerta de oficina: 
La ViudaAlegre. Otra puerta: La Siesta De Un Fauno. Una tercera: Bésame Otra 
Vez. Dobló en un corredor. La Danza De Las Espadas lo sepultó bajo címbalos, 
tambores, ollas, sartenes, cuchillos, tenedores, un trueno y un relámpago de 
estaño. Todo quedó atrás cuando llegó a una antesala donde una secretaria estaba 
hermosamente aturdida por la Quinta de Beethoven. Pasó ante los ojos de la 
muchachacomo una mano; ella no lo vio. 
La radio pulsera zumbó. 
— ¿Si? 
— Es Lee, papá. No olvides mi regalo. 
— Sí, hijo, sí. Estoy ocupado. 
— No quería que te olvidases, papá -dijo la radio pulsera. 
Romeo y Julieta de Tchaikovsky cayó en enjambres sobre la voz y se alejó por los 
largos pasillos. 
El psiquiatra caminó en la colmena de oficinas, en la cruzada polinización de los 
temas....
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