Argullol
Sin embargo el artista romántico puede concebir el mar y la Naturaleza en general de un modo totalmente distinto. Si, continuando con C. D. Friedrich, dejamos atrás los nostálgicos paisajes marinos para contemplar el excepcional cuadro «F,1 mar de hielo» (también llamado, significativamente, «El fin de la esperanza») comprobaremos que el mar, lejos ya deser el reflejo melancólico de la vida humana, se convierte en un horizonte enemigo y exterminador. Volteado y casi imperceptible el cascote del buque naufragado, invadida la superficie por aniquiladores bloques de hielo, la escena friedrichiana representa el absoluto «fin de viaje», la destrucción total. Nada parece sobrevivir a la eterna gelidez de este mundo, a excepción de la muerte. una muertepálida, fría, silenciosa.
En realidad la fascinación del romántico por la Naturaleza está directamente relacionada con la «doble alma» de ésta: se siente atraído, sí, por la promesa de totalidad que cree ver en su seno y, como tal, recibe el impulso de sumergirse en ella; pero, al mismo tiempo, no está menos atraído –terroríficamente atraído, podríamos decir– por la promesa de destructividad quela Naturaleza lleva consigo. Junto a la seducción de la «Madre Naturaleza» –de la Naturaleza saturniana, evocadora de la mítica «Edad de Oro»–, el arte romántico recibe la seducción, violenta y fatal, del «Padre Jupiterino»; es decir, de la Naturaleza desatan- do todos sus elementos contra la especie humana. Para el romántico no hay una mejor expresión material de los poderes adversos que losfenómenos aniquilatorios de la Naturaleza. El destino, el hado, la fortuna, la fugacidad del tiempo, la condición mortal del hombre toman forma cósmica a través del rayo, de la tormen- ta, del huracán, de las avalanchas o de los naufragios. Y así, en el paisaje romántico, al lado de la Naturaleza apacible, ansiada, soñada, aparece otra que es arrasadora, sarcástica y cruel. Una Naturaleza que Leopardiresume así:
«La naturá crudel, fanciullo invitto,
il suo capriccio adempie, e senza posa
distruggendo e formando si trastulla».1
En la pintura alemana del Romanticismo hay constantes ejemplos de representación de la Naturaleza jupiterina. Quizá «El mar de hielo» de Friedrich sea la muestra más perfecta de este destruir y crear de que habla Leopardi: ante él uno tiene la vaga impresión dehallarse surnido en un universo inhumano, anterior y posterior a los hombres; un universo en el caos de su formación o en el apocalipsis de su destrucción. Karl Blechen, en un cuadro desaparecido en el gran incendio del Glaspalast de Munich, «El rayo», pinta la quintaesencia de la Naturaleza Jupiterina: en un paisaje invernal, rebosante de frío y tiniebla, un rayo se abate sobre un vehículoenvolviendo con una columna de fuego al conductor. Al parecer la última composición de Blechen antes de hundirse en la demencia y la muerte, Marcel Brion no duda en calificarlo «el más romántico de los cuadros románticos»2. El rayo, corno también le sucede a Hölderlin, quien en una de sus últimas cartas dice «haber sido herido por el rayo de Apolo», parece marcar, así, el destino de Blechen. Pintorque, por otra par te, se halla muy vinculado a la poesía alemana, siendo uno de los decoradores del K¿inigstadtische Theater destinado a escenificar los dramas del «Sturm und Drang». El propio Blechen, con la ironía macabra propia de este movimiento, pinta en «El patíbulo bajo la tormenta»,un cadalso en la cima de una colina azotada por la tempestad, vinculando la destrucción de la vida individual ala destrucción cósmica.
También Joseph Anton Koch se inspira en la literatura3 para poner de relieve el lado destructor de la Naturaleza. En «Macbeth y las brujas», siguiendo la senda marcada por Fuseli, Koch establece una estricta concordancia entre las pasiones humanas y el furor desatado de los elementos. La trágica premonición de las brujas, dirigiendo sus brazos hacia Macbeth y Banquo,...
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