argumento
—¿Y el centinela, muerto?
—Como todos los demás. Y con éstevan catorce.
—Catorce —repitió el encargado del tanque de agua.
—Catorce —dijo la tía Lola, dueña de un cuartucho frente a la minúscula estación, donde iban a hacer sus comidas el telegrafista, el mecánico encargado de la bomba que subía el agua al tanque del ferrocarril, y el capitán Medina, jefe de una pequeña escolta destinada a cuidar el puente de doscientos metros de largo sobre elrápido río de aguas turbias. Sus comidas de huevos, elotes, pinole, cabrito al horno, tortillas de harina, y de cuando en cuando, asaderos que traían a vender de los ranchos cercanos, y queso de sabor amargo y corteza durísima.
Telegrafista y mecánico estaban almorzando aquella mañana, asombrados de que no hubiera podido ser descubierto el misterioso rebelde que noche tras noche, cuando el cielocomenzaba a colorearse de gris, disparaba desde el pedregal a la orilla del río, y con un solo tiro dejaba muerto al centinela apostado a la entrada del puente. Este puente era considerado por la jefatura de la Zona Militar como de gran importancia estratégica, y vigilado continuamente por un fuerte destacamento, para evitar que los rebeldes lo dinamitaran, con el fin de cortar de su base deoperaciones a las columnas de soldados que estaban presentando resistencia, al norte, a la avalancha de la revuelta. A la orilla sur del puente estaba un tanque de agua para las locomotoras, una pequeña estación en la que no había más empleados que el telegrafista, la casu-
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cha de la tía Lola y diez o doce tiendas de campaña para la tropa. Los soldados hacían su propia comida, y el capitán, eltelegrafista y el mecánico, iban tres veces al día a la casa de la tía Lola a comer.
Ella era una vieja, una viejecilla común y corriente, sin nada excepcional bajo su cabeza blanca y su pañuelo amarrado a la frente; tenía un muchacho recogido, Miguel Ángel, a quien decía Miguel Diablo por lo travieso que había sido siempre; un muchacho que tendría diez y siete años, pero un cuerpo de hombre deveinticinco; gran nadador que cruzaba el río de lado a lado en las crecientes, y se divertía en sacar de las aguas turbias los grandes troncos, empujándolos con la cabeza y nadando vigorosamente hacia la orilla pedregosa; además, montaba muy bien a caballo, y con la carabina era formidable tirador. En la casucha, mataba las gallinas, partía la leña, e iba al pueblo cercano todos los días porelotes.
—Catorce, que están alineados allí enfrente, a dos metros de la vía . . .
—Pero el de anoche será el último, dijo una voz fuerte a la puerta de la casucha; era el capitán Medina, soldadote de bigotes en alto y grueso capote gris, sobre el que colocaba sus fornituras y sus armas; la pistola reglamentaria, y el largo sable recto. Será el último, añadió, porque ya sé quién es el bandido .—¿Qué quiere almorzar, capitán? —dijo la vieja.
—Todavía no. ¿Dónde está Miguel?
—En el corral, partiendo la leña.
En efecto, se oían los golpes acompasados del hacha sobre los maderos; el capitán, sin quitarse el casco de corcho, ni los guantes de piel de perro, y sin soltar su fusta, se encaminó al corral; en el centro estaba un muchacho enorme, desnudo de medio cuerpo arriba y mostrandoun torso de luchador; con el pie acomodaba troncos sobre un madero hendido a la mitad, y levantaba el hacha suavemente, descargando golpe tras golpe, hasta que el tronco quedaba convertido en ocho o diez leños triangulares. A pesar de estar de espalda a la puerta del corral, Miguel se dio cuenta de la presencia de un extraño, y suspendió su trabajo, sin volver la cara. Frente a él, un montón...
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