Argumento
-Quizás tenga usted razón.
La frase quedó en el aire. Dedos amarillentos de tabaco apagaron el cigarrillo en un resto de café. Una mano sin señales de trabajo rudo. Un vello oscuro y ralo sombreaba sus bordes. Las otras manos. Gruesas. Curtidas. Deformadas. Las uñas ribeteadas de oscuro. Aceite. Grasa.
Los hombres habían callado. Solamente en sus manos restabaun estertor de la conversación. La última frase se repetía en sus oídos en ecos que les restaban significado a las palabras. En cada uno, diferente, pero con un paralelismo que en cierto modo los unía.
Dentro de un mundo lógico no hubiese habido razón para que se encontraran. Mucho menos para que compartieran horas y mesas de café. Pero uno de ellos había dicho "quizás tenga usted razón". Yatenían algo en común. Quizás fuera de razón.
Siempre venían. Tomaban un café. Hablaban. Casi nunca los había visto reír. Eran serios. Tristes. Hablaban su mismo idioma pero con un tono extraño. Fumaban mucho. Casi siempre tenía que renovarles el cenicero. Eran todos sus datos. Veinte años de oficio le habían ido desgastando la curiosidad.
-Es una muralla de piedra, totalmente inaccesible. Esa es laimagen que se me representa. Para hacerla desaparecer es necesario tener fuerza. Ni usted ni yo la tenemos. Es inútil pretender luchar cuando tenemos que comer y vivir.
-Usted ya no tiene esperanza, por lo visto.
-Esperanza concreta, no. Algo en el trasfondo de mi pensamiento puede que sea una esperanza vaga, como sacarse la lotería sin haber comprado el billete. No sé si me explico.
Cayóotra capa de silencio. A través de la vidriera se veían pasar vehículos y personas. Era la vida de la ciudad. El hombre de las manos toscas la miró pasar. Sus rasgos que traicionaban al abuelo indio tenían una suerte de impasibilidad. De entre sus párpados cargados surgía una mirada marrón y profunda. El interlocutor lo estudió. Un gusto acre de cansada ironía tenía el comentario final. No era nadahiriente. Más bien el reconocimiento de una realidad.
En la puerta se despidieron. Vivían en barrios distintos.
Ifigenio Rodríguez y Doroteo Mereles. Dos nombres sin proyección. Dos cifras entre miles. Dos hombres que toman café. Conversan. Se despiden. Nada más.
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Como todos los días caminó tres cuadras. Esperó el ómnibus. Diez minutos, a veces quince. Casi una hora parallegar a su casa. "Mi casa. La llamo mi casa no sé por qué. Una pieza húmeda y oscura. Con un color que recordaré siempre. Un olor peculiar. No sabría decir a. qué. Único. Un cuadro. Mi casa. Mi casa era linda. Era propia. Tenía un jardín y tenía árboles. Mangos. Pájaros. Unos pajaritos insaciables. De madrugada y al atardecer lo llenaban todo con sus gritos. Mi mujer y mis hijos rezaban en la gruta.La virgencita. Una herencia. Era mi casa. Pagada lentamente. Hecha de a poco. En ella nacieron mis tres hijos. No murió nadie en ella. Salvo yo, quizás. Buenos vecinos. El almacén, la farmacia, y el bar. Cuando compré el lote era un barrio apartado. Cuando edifiqué la casa no me pareció tan distante. Cuando viví en ella no interesaron distancias. Era mi centro. Era mi hogar. Mi casa".
En elómnibus cedió asiento a una mujer con un hijo de meses.
"Esa edad tendría Soledad cuando la dejé. Hace ya cuatro años, casi cinco. Cuando me vea le tendrán que decir que soy su padre. Me mirará como a un extraño. Cuando me vea. Más vale no pensar en ello. Una casa, una mujer, unos hijos que son míos. Y yo no puedo verlos. Estos cinco años en que no he tenido ni mujer, ni hijos, ni casa. Lo que me hanhecho no se puede pagar con nada. Sólo esta nostalgia continua, exasperante e inútil. La historia de mis hijos en retratos y cartas. Como un enamorado los voy coleccionando. Nimia pronto hará la primera comunión. mi lucha ha sido la simple y universal lucha del pan diario. Mis victorias, las más hermosas y sencillas: mi familia, mis hijos. Nunca pensé en otra cosa., estoy igual, con la misma...
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