Ariel

Ariel
Todo es eterno a los veintidós. La vida, que ya ha empezado a mordernos, no es todavía el juego que a un lado nos quedamos observando. El espíritu aún tiene algo de rosado: ese no hacer nadapor la tarde y caminar por donde el viento pase. La vida aún es vida: algo cierto de incierto final; algo incierto de cierto final. Entonces, sucede. Una luz centellea frente a nosotros borrándolotodo. Somos apenas un susurro en la noche, que a tientas, más por costumbre, avanza a tientas por salones de bastos corredores. Sin saber cómo algo nos ha atrapado, apoderado de nosotros y suspendido lossentidos en un eterno segundo en el que el latir de nuestros corazones es tan sólo eco. Hasta hace treinta minutos yo era Carlos Alberto Pacheco Simón, estudiante del noveno ciclo de la facultad decomunicaciones en la universidad Cesar Vallejo, y reputado y celebrado escritor que no había publicado una línea siquiera. La voz –su voz-, en algún punto de la ciudad, me sonó como siempre: limpia,lúcida, transparente, sin otro propósito que el de hacer cálida la noche. Al parecer el mensaje que le envié la había conmovido. Después de vanos intentos en los que la desesperación me arrojaba a lasllamas tras cada sonido de espera, cuando las calles se hubieran cubierto de lluvia y las personas replegado en sus casas, contestó. Ahora que escribo esto y creo entender el porqué de su actitud me laimagino entonces con el cabello suelto y caminando por el parque, con los ojos negrísimos amenazando a la muerte; ó ,en su defecto, sentada en una banca de piedra que mira a un parque. Fueron menos decinco minutos los que conversamos, y aunque hubiera bastado treinta segundos para aclarar lo que desde hace tres días venía sospechando, la facultad de la condescendencia hizo lo suyo.
Entoncestenemos que hablar- le dije, con tono afectado.
Sí, pero no hoy.
Cuándo- respondí, acariciando las ansias de que fuera mañana.
Yo te diré cuándo.
Espera, espera – me apresuré, sabiendo que cometía...