Arte

PACTO
Marta recorría, desesperada, a lo largo y ancho el Paseo Ahumada. Una hora antes, había esperado en una enorme fila, frente al único cajero automático que funcionaba, para retirar su sueldo. Cuando al fin logró guardar esos billetes tibios en su cartera, notó que algo le faltaba. Gaspar, su hijo de cinco años ya no estaba. Como era muy callado y algo tímido no notó su ausencia, creyó quecon los lápices pastel y las hojas en blanco, lo mantendría entretenido durante esa tediosa espera. Salió del banco en su búsqueda y a cuanto transeúnte lograba detener en su camino, le preguntaba si había visto a un niño pequeño vestido con una polera roja, pantalones cortos azul marino, zapatillas blancas; de pelo corto castaño; y una mochila negra. Como lo suponía, nadie la ayudó, pues nadiehabía visto nada. O, tal vez, nadie quería ver nada. En fin, luego de estas meditaciones, decidió enfilar hacia la Alameda, pensando que tal vez lo podría encontrar en alguna heladería de esas que tanto le gustaban y que por el calor se habría ido a buscarla.
Esperanzada y a paso veloz, vio cada vez más cerca la pantalla gigante de Ahumada con Moneda. Bajo ella el suelo aún estaba cubierto debasura: papeles, vasos plásticos, serpentinas, latas de cerveza, colillas de cigarro y cuanto residuo imaginable producto de la celebración de un partido de fútbol jugado por la Selección Chilena el día anterior. La algarabía aún estaba en el aire. Los pechos inflados y las sonrisas radiantes se paseaban de un lado a otro. A Marta eso le parecía bien. Era positivo algo de alegría en una ciudad tanestresante como Santiago pero la falta de educación higiénica le atormentaba. Era un mal ejemplo para los niños, para el futuro de Chile, como le gustaba decir. Y Gaspar era parte de ello pero ahora la ciudad lo había devorado. Pensaba en esto cuando escuchó una melodía que le pareció familiar. Volvió su mirada a su izquierda y a los pies del Eurocentro estaba su pequeño Gaspar: bailando al ritmo de laMarcha Turca de Beethoven que él conocía como “la canción del Chavo del Ocho”. Algo más aliviada, Marta se acercó a Gaspar; lo abrazó con fuerza y le besó la frente, pero se resistió; quería seguir bailando. En eso, miró a su costado y se encontró con Eric: un joven guitarrista experto en interpretar partituras clásicas, con un aspecto desaseado y sencillo, de polera negra y jeans, y el pelorevoloteante sobre la cabeza. Todo un peligro para Gaspar. Un peligro para el proyecto de vida que Marta le estaba construyendo y que no tenía relación con la música o el arte callejero. Así que, rápidamente, Marta tomó a Gaspar del brazo mirando con recelo a Eric ensimismado en su música. Frente a él había un estuche habitado por trescientos pesos y a su lado, un pequeño cartel casi imperceptiblepara los paseantes de la ciudad, escrito con una caligrafía temblorosa. Marta, afinó su mirada tras los lentes y leyó el manuscrito:
“Si dejo de tocar, estallaré. Es el pacto que he hecho con el diablo. Ayúdeme con una moneda. Mi hijo lo necesita y no en vano”
Incrédula, Marta miró a los alrededores pensando que se trataba de una cámara oculta de algún programa de la televisión, sin embargo,al volver la mirada al cartel su incredulidad pasaba a preocupación. Sobre todo al mirar los ojos de Eric que estaban completamente perdidos, vacíos de algo primordial. – “Su permiso municipal, señor” – exigió el cabo Bernales acercándose a Marta y a Eric sin mayores protocolos. En ese momento Marta aprovechó la presencia del oficial para contarle lo que había leído indicándole enérgicamente elcartel. – “Señora, el miedo no es argumento de nada – respondió Bernales y continuó – por favor, circule que estoy en procedimiento de control”. De pronto, un crujir se sintió, como un látigo macabro dejando a Bernales y Marta perplejos: una de las cuerdas de la guitarra de Eric se cortó de golpe y a continuación, sus dedos, que bailaban sobre los trastes, comenzaron a hincharse casi al doble de...