Debo confesar que estoy agotado. El país se me ha vuelto un insomnio. No puedo iniciar estas líneas de otra manera. La primera persona del singular es el lugar dondecomienza, para todos, el país que somos. El país ocurre primero en el desayuno que nos llevamos a la boca.En las noticias que te emboscan los buenos días. En el hueco que tucarro descubre camino al trabajo. Confieso que mi cédula de identidad me tiene exhausto. Venezuela se ha convertido en una experiencia límite.Pero más me perturbaríacultivar la indiferencia o, peor aún, aplaudir el desatino monumental que vamos siendo. Decía Marguerite Yourcenar que el verdadero lugar de nacimiento es aquel donde porprimera vez nos miramos con una mirada inteligente.Hoy los venezolanos tenemos un país extraño y drásticamente superior a nuestro asombro. La tranquilidad nos quitó el habla.Deambular entre los titulares es respirar tizne y desaliento. Hoy todos estamos salpicados por esa nación áspera que habla con estridencia y nos empuja, pendencieramente, elhombro. Somos una eterna cuenta regresiva.Cada quincena nos jugamos el destino. Necesitamos con urgencia una cierta dosis de aburrimiento. Pero más apremiante aún esconseguir el país que no termina de aparecer. Quizás es el rasgo más común que tienen entre sí un habitante de Chivacoa, El Supí, Manzanillo, Agua Salud o El Cafetal: todosbuscamos esa esquiva palabra llamada bienestar. O elijamos otra, una instancia de arranque: sosiego. Que ocurra el sosiego.En la red social Twitter no siempre triunfan losinsultos. Alguien escribió en estos días: “La esperanza también es un talento”. Se me antoja que es una frase poderosa y certera. Para no claudicar uno debe emplearse
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