Asas
Cándida Eréndira y su abuela desalmada Gracia Marques
Eréndira estaba bañando a la abuela cuando en peso el viento de su desgracia.La enorme mansión de argamasa lunar, extraviada en la soledad del desierto, se estremecía hasta los estribos con la primera envestida. Pero Eréndira y la abuela estaba echo al arriesgo de aquellanaturaleza desatinada, y apenas si notaron el calibre del viento en el baño adornado de pavorreales repetidos y mosaicos pueriles de terma romanas. La abuela desnuda y grande parecía una hermosaballena blanca en la alberca de mármol. La nieta apenas había cumplido los catorce años y era lánguida y de huesos tiernos y demasiado mansos para su edad. Con una parsimonia que tenía algo derigor sangrado le hacía abluciones a la abuela con un agua en la que había hervido plantas depurativas y ojos de buen olor, y estas se quedaban pegadas en las espaldas suculentas, en los cabellosmetálicos y sueltos, en el hombro potente tatuado sin piedad con un escarnio de marinero.
-Anoche soñé que estaba esperando una carta –dijo la abuela.Eréndira, que nuca hablaba si no era por motivo ineludibles, pregunto:
-¿Qué día era en el sueño?
-jueves.
-En tenses era una carta con malas noticias -dijo Eréndira- pero no llegara nunca.Cuando acabo de bañarla llevo a la abuela a al dormitorio. Era tan gorda que solo podía caminar apoyada en los hombros de la nieta o con un báculo que parecía de obispo, pero aun en su diligencia másdifícil se notaba el dominio de una grandeza anticuada. En la alcoba con una compuesta con un criterio excesivo y un poco demente con toda la cosa, Eréndira necesito dos horas más para arreglar ala abuela. La desheredo el cabello hebra por hebra, se le perfumo y se le peino,
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