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Un campo para creer

Una noche fría de octubre de 1942. Jean Sander se encontraba escondido en la oscuridad de su sótano junto con su esposa, Marie Sander; y su hijo de cinco años, Bruno Sander. Se escuchaban unos pasos firmes en el piso de arriba.
-Los Nazis – pensó  Jean angustiadamente. Sabía que si los Nazis los encontraban se los llevarían directo al campo de concentración.
Los pasoscada vez se sentían más y más cerca. De repente, se abrió la puerta del clóset en donde estaban escondidos, y entre gritos y llantos se llevaron a la familia judía.
Horas después se encontraban en el tren que los transportaría al campo. Había tantas personas que se hacía muy difícil respirar. La familia Sander se había mantenido agarrada de las manos a pesar de los empujones de las personas. Elviaje se tornaba eterno y los llantos de las personas se hacían más fuertes.
-Tengo miedo- se quejó el pequeño Bruno con lágrimas en la cara.
-No te preocupes, hijo. No dejaré que nada te pase. – prometió Jean forzando una pequeña sonrisa.
Cerca de las cinco de la madrugada llegaron al campo de concentración. Los nazis los bajaron bruscamente del tren,  notando a un par de hombres asfixiadostendidos en el piso.
Los nazis les ordenaron formar tres columnas: ancianos, mujeres y hombres.
Apenas tuvieron tiempo para despedirse y con lágrimas en los ojos fueron caminos diferentes: La señora Sander por un lado y el Jean y el pequeño Bruno por el otro.
 
Jean y Bruno entraron al pequeño cuarto que contenía los camarotes en donde dormirían por el resto de su estadía o de sus vidas.Rápidamente un oficial les entregó los horribles uniformes a rayas y les imprentaron la dolorosa marca por la que los reconocerían. El resto del día los hombres trabajaron  arduamente sin descansar. Bruno permaneció dentro del cuarto conversando con un par de niños de judíos. Ninguno de ellos sabía bien que estaba pasando con exactitud, pero una idea suya la tenían bien clara: que Dios los había abandonado. 
Los días pasaban muy lento y el cansancio aumentaba. La rutina se convirtió en la consuetudinaria: dormir, trabajar, dormir. Jean trataba de mostrarse lo menos infeliz y cansado con su hijo, que cada vez se mostraba más y más curioso por saber lo que estaba ocurriendo. 
El siguiente día, las nubes negras se extendían sobre el cielo azul, ahora negro. Jean estaba trasladando un objeto muypesado de un lado del campo al otro cuando de repente notó una columna  conformada por hombres judíos muy entusiasmados. Jean se asombró de su felicidad y se acercó a preguntar de donde venía aquella gran felicidad.
- ¿De dónde viene tanta alegría muchachos? – dijo lentamente debido al cansancio.
-Nos han informado que tomaremos una ducha – respondió el joven judío con una sonrisa entre sus dientes.Jean no quiso continuar la conversación debido a que un oficial lo reprendiera por no continuar con su trabajo. Siguió su trabajo sonriente, feliz de que a sus compañeros los tratasen un poco mejor que antes.
Quince minutos después, Jean se dirigió a escondidas donde minutos antes sus compañeros habían estado a punto de tomar una ducha. Esperaba el momento de ver sus felices caras. Sin embrago,poco a poco esa emoción fue desvaneciéndose al ver que de las supuestas “duchas” los nazis sacaban los cuerpos sin vida de su compañeros.
Aguantando las lágrimas, Jean se dirigió a el cuarto donde dormía para encontrarse con su hijo, Bruno, que seguramente lo estaría extrañando. Al llegar, Jean notó que el lugar estaba vacío.
-Bruno, sé que estás aquí – llamó múltiples veces esperando unarespuesta que nunca llegó.
Los ojos se le llenaron de lágrimas al pensar lo peor. Pero rápidamente reaccionó y salió a buscarlo. Ahí estaba él caminando entre los demás niños, su pelo castaño claro resaltando entre los demás. De repente volteó su mirada y la fijó en su papá.
-¡Nos daremos una ducha!- exclamó el pequeño.
Jean, apenas procesó lo que dijo Bruno, empezó a jalarlo en un intento de...