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Ana era golpeada por su esposo y lo aceptaba, no le gustaba, le dolía el alma mucho más que el cuerpo, pero lo aceptaba. Tenía una hija pequeña y sentía pánico de comenzar denuevo sola. Ella podía aguantar, rearmarse, perdonar, hacer como si nada pasara, todo por Clara. La niña estaba a salvo de los golpes, su esposo no se comportaba igual con ella que con su hija y paraAna, eso era suficiente.
Su marido les daba un buen pasar y si bien a ella no le importaba el dinero, sí le preocupaba el futuro de Anita.Ella sola no podría darle ningún bienestar.
Ana justificaba,callaba, tapaba y se engañaba pensando en que algún día su esposo cambiaría, que dejaría el alcohol, que cuando tuviese menos presiones ya no sería violento, que no se enojaría por todas aquellas cosasque, siendo simples, se habían convertido en preámbulos de las tormentas.
Ana trataba, una y otra vez trataba, de ordenar, de esconder el alcohol, de colocar cada cosa no en su lugar, sino en ellugar dónde su esposo las quería ver, pero todo era inútil.
Ana perdonaba, una y otra vez. Se ilusionaba con un pedido de perdón que se desvanecía en el siguiente golpe. Ana se aferraba a una vida que noera vida, pero que sostenía por el futuro de su hija.
Se miraba en el espejo luego de cada golpe y también se había acostumbrado a su imagen. Se maquillaba con una pericia que disimulaba y mucho elhorror violáceo que se instalaba en su rostro. Todo por Clara y su futuro.
Ana pensaba que sosteniendo ese infierno, aseguraba el porvenir de su pequeña, pero los infiernos lo único que aseguranes el sufrimiento.
Nunca quiso escuchar y no faltaron voces que le hablaran, que la aconsejaran, que le dijeran que ese presente no podía augurar ningún buen futuro, ni para ella, ni para su hija.
Pasóel tiempo y Anita dejó de ser pequeña. Convertida en una adolescente, demasiado se parecía a una mujer y por ende se convirtió también en una eventual presa del horror doméstico. Ana no lo vio, no...
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