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como por casualidad delante de un extraño fras-
quito que no había visto nunca. Era rojo, en forma
de quinqué. Ana ni siquiera sabía qué tipo de per-
fume podía contener.
la atención. En un minuto estaría a salvo.
que robaba algo no lo había hecho nada mal.
Lo agarró y se lo escondió bajo la ropa.
Solo le faltaba encaminarse a lasalida sin llamar
Empezó a felicitarse. Para ser la primera vez
Y entonces lo vio.
Era un jovencito muy alto y con el pelo muy
corto. La estaba mirando fijamente. Sin duda, lo
había visto todo.
una bolsita de la propia tienda que significaba que
pertenecía al servicio de seguridad. Ana sabía que
allí, en la bolsita, estaba el aparato que usaban pa-
ra comunicarseentre sí dentro de la tienda.
Lo peor era la bolsa que llevaba en la mano,
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Estuvo a punto de sacar el perfume y volver a
dejarlo en su lugar. Si no lo hizo fue porque pensó
que no iba a servir de nada. Seguramente, se la
llevarían de todos modos.
una chicainsignificante, con vaqueros y una ca-
misa por fuera (en la cintura era donde se había
guardado el perfume). El espejo le mostró también
la mirada del chico alto, que no la perdía de vista.
ocurrieron dos respuestas posibles: que él no es-
tuviera seguro de si ella había llegado a guardarse
el perfume, o que prefiriese esperar hasta que ella
intentara salir.
Una columna de espejos ledevolvió su imagen:
Se preguntó por qué no la detenía ya, y se le
La salida. No estaba lejos. Veinte o treinta pasos.
En ese momento, una vendedora demasiado
maquillada se le acercó a preguntar si podía aten-
derla.
—So... solo estoy mirando.
Enseguida, Ana se rectificó mentalmente:
«Oliendo, solo estoy oliendo». Eso le dio la me-
dida de lo asustada que estaba: su mentedivagaba
para no enfrentarse al problema.
Por un momento, Ana vio la escena desde fue-
ra, casi como si no tuviera nada que ver con ella.
Eran como el ratón y el gato: la chica bajita que
aparentaba unos trece años (aunque acababa de
cumplir dieciséis) y el larguirucho con el cráneo
tan pelado que le brillaba.
El chico alto continuaba mirándola fijamente.
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Era la primera vez que intentaba llevarse algo
de un sitio como aquel. Casi todas sus compañeras
lo habían hecho ya, o por lo menos eso decían. De-
cían que no había que preocuparse demasiado, que
no pasaba nada aunque te pillasen: te llevaban a un
despacho y te soltaban un rollo.Tomaban nota de
tus datos, te hacían pagar lo que habías intentado
llevarte y se acabó. Nunca llamaban a la policía.
vez por la vergüenza, por el miedo al ridículo. Y
porque no podía correr el riesgo de que llamasen
a su casa y le contasen a su madre que tenía una
hija ladrona.
de volverse, supo que él iba tras ella.
embargo parecía que había una enorme distancia.Ana notaba la boca seca, una sensibilidad nueva a
flor de piel, una sensación en el estómago pareci-
da a la de antes de un examen decisivo.
gallina.
¡Las etiquetas magnéticas! ¡Había olvidado com-
probar si el frasco tenía una etiqueta magnética!
Entonces: ¿por qué estaba tan asustada? Tal
Empezó a andar hacia la salida. Sin necesidad
Las puertas de cristal estaban tan cercay sin
De pronto recordó algo que le puso la piel de
a solo un paso.
Si la tenía, sonaría al llegar ella a la puerta.
Se volvió bruscamente, aturdida, y allí estaba él
—¿Quieres acompañarme?
—¿Por qué?
—Se te ha olvidado pagar algo.
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Ya estaba, ya no había nada...
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