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Los Peregrine tomaban el desayuno. Aunque estaban solos y la mesa era muy larga, ambos ocupaban las cabeceras. Colgadosdelas paredes, los ancestros de George Peregrine, pintados por artistas de moda en su época, los observaban desde lo alto. El mayordomo entró con el correo de la mañana. Había algunascartaspersonales para el coronel, cartas de negocios, el Times, y un paquete para su esposa Evie. Miró las cartas y luego abrió el Times, se dedicó a leerlo. Terminaron el desayuno y selevantaronde la mesa. Se dio cuenta que su esposa no había abierto el paquete.
—¿Qué es? —preguntó.
—Sólo son algunos libros.
—¿Quieres que lo abra?
—Si quieres.
No se preocupó por buscar lastijerasasí que, con cierta dificultad, desató los cabos de la cuerda.
—Pero si son el mismo —dijo cuando desenvolvió el paquete—. ¿Para qué quieres seis copias del mismo libro? —Abrió uno delosejemplares— Poesía. —Leyó entonces la portadilla: When pyramids decay, por E. K. Hamilton. Eva Katherine Hamilton era el nombre de soltera de su esposa. La miró con una sonrisa de sorpresa— ¿Hasescrito unlibro, Evie? Eres una mañosa.
—No pensé que podría interesarte. ¿Quieres uno?
—Tú sabes que la poesía no está en mi línea, pero, claro, sí… me gustaría tener una copia. Voy a leerla. Melallevaré a mi estudio. Tengo mucho trabajo esta mañana.
Reunió el Times, sus cartas, el libro y salió. Su estudio era una estancia amplia y confortable, con un gran escritorio, sillones decuero ylo que él llamaba “trofeos de caza” en las paredes. En los estantes había obras de consulta, libros de ganadería, jardinería, pesca y tiro, además de crónicas sobre la última guerra, enla quehabía ganado un mc y un dso.* Antes de su matrimonio había pertenecido a los Welsh Guards.** Al final de la guerra decidió adaptarse a la vida de un caballero de campo, en esa casa...
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