Asesinato A Distancia

Páginas: 58 (14478 palabras) Publicado: 25 de diciembre de 2012
Asesinato a distancia

CAPITULO I
En la espalda gris del mar perduraban los últimos reflejos de la tarde. Las olas corrían veloces hacia laplaya, como una jauría de lebreles blancos. Y en el silencio cargado de un vaho salino, la voz de SilverioFunes parecía más opaca y fatigada que nunca.

Ha pasado un año, pero aún no puedo creerlo.Las palabras quedaron flotando en el ambiente,impregnándolo de extrañeza. Daniel Hernández se re-volvió incómodo en su silla de cañas. A su lado divisaba vagamente la silueta taciturna de Silverio. Elcigarrillo, minúsculo corazón de pausado latir, le encendía a intervalos regulares las facciones reposadasy melancólicas. Daniel lo notaba envejecido.El chillido áspero de una gaviota invisible surcó el cielo del atardecer. Como desmintiéndolo, se oyó enlaplaya una risa fresca y alegre, que parecía hecha de menudas cuentas de vidrio. Después una voz mascu-lina, pausada y grave.

Ella parece haberlo olvidado

prosiguió la voz de Silverio

. Es natural. Yo mismo, a veces, me sor-prendo riendo.Bajó la voz, como avergonzado.Se divisaban, cercanas, las siluetas de Osvaldo y Herminia, que volvían del mar. Toda la tarde, bajo elsolresplandeciente, habían visto a la distancia las chispas roja y azul de sus mallas, hasta que el crepúsculolas convirtió en puntitos oscuros y la noche las disolvió en su negrura.Herminia reía. Traía los cabellos húmedos y la malla pegada al cuerpo. La blancura de sus piernas delga-das y ágiles resaltaba en la sombra.Se acercó a Silverio y lo besó familiarmente en la mejilla.
—Espero que no se hayanaburrido sin mi’ —
dijo alegremente, y añadió con dejo burlón

: Osvaldonada muy bien.Daniel pensó que un rubor imperceptible coloreaba fugazmente el rostro atezado de Osvaldo. Osvaldoera el secretario de Funes.El anciano sonrió.

Sí, hija, y tú también. ¿Nos acompañas a cenar?La muchacha se puso seria.

No

respondió

. Tío no cree que debo salir sola todas las noches. El cree en lafrivolidad organizada.Me voy.Osvaldo se ofreció para acompañarla, pero ella no le hizo caso.

No

dijo

, quizás esté espiando desde la ventana.Se despidió de ellos con una reverencia burlona y se alejó corriendo por la arena, que crujía suavementebajo sus pies desnudos. Silverio la siguió con la vista hasta que desapareció. Osvaldo había encendido uncigarrillo y permaneció un instantecon ellos antes de subir a cambiarse.En el extremo del breve espigón de piedra brillaba una luz. Otras se iban encendiendo poco a poco endistintos puntos de la costa. En el cobertizo de las barcas se oyó la voz de Braulio, el peón, que cantabacon su voz baja y profunda. Daniel aún no había podido saber qué cantaba todos los días, porque siem-pre se dejaba llevar por la voz, sin atender a laspalabras.En el interior de la casa sonó el gong. Aquella nota sorda pareció crecer hasta envolverlos, y luego disi-parse hasta que sus últimas vibraciones más que oírse se sentían como un levísimo estremecimiento enla piel.Se acercaron lentamente a la casa.Lázaro estaba sentado en el centro del dragón escarlata que adornaba la alfombra verde del hall. Con laspiernas cruzadas, parecía un Buda menudo,deforme y reconcentrado. A Daniel, al cabo de tres días que

estaba en Villa Regina, aún lo sorprendía aquella inmovilidad. Seguramente los había oído entrar, peroseguía con los ojos clavados en el tablero donde reproducía una partida de ajedrez. Daniel pensó quedeliberadamente no parpadeaba. Disimulaba el ritmo de su respiración y tenía una mano suspendida enel aire, en ademán de capturaruna pieza. Los dedos largos y bronceados caían hacia abajo en actitud deindolencia, pero se adivinaba que una fuerza instantánea podría animarlos. Lázaro era un sistema deresortes que manejaba con consciente satisfacción.Alzó bruscamente la cabeza y los miró con expresión indefinible. De pronto sonrió.

Tengo aquí la partida de Marshall y Halper

dijo.Se dirigía a Daniel. A su padre no le...
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