Asesino En Serio
Javier Valdés Abascal
Ciudad de México
Época actual
1
Martínez no tenía por qué haber acudido aquella
mañana al lugar de los hechos. Mota podía haberse encargado
del asunto —aparentemente de mera rutina—, pero a Martínez
le habían cancelado una junta con el procurador y, como
pensaba encontrarse con su amante a media mañana, decidió
matar el tiempo hasta esa hora,acompañando a su
subalterno.
Mota era algo menor que Martínez. Tendría unos
cuarenta y cinco años y era un secreto a voces que practicaba
la necrofilia, pero dentro de la corporación Martínez lo
consideraba de confianza. Desde luego que no se trataba de
una hermana de la caridad; de hecho, era un hijo de puta de
tiempo completo, sin embargo, tampoco había mucho de
dónde escoger.
Debido al tráficollegaron al sitio a las diez y media, a
pesar de que —aunque no se trataba de una emergencia—
habían efectuado el viaje con la sirena y la torreta encendidas.
Se trataba de un apartamento de lujo, en una zona muy
cara. La sirvienta había encontrado el cadáver y bajó a la
recepción a pedir auxilio. Después, el encargado de seguridad
llamó a la policía y en homicidios le asignaron el caso a Mota.
Cuandoel elevador abrió sus puertas en el piso veintiuno
había una buena cantidad de curiosos en el pasillo. Martínez y
Mota se tropezaron con sirvientas de uniforme, señoras y
señores en bata y tres miembros del equipo de seguridad del
lujoso edificio, quienes lucían exagerados uniformes de corte
más bien nazi.
En la puerta del apartamento en cuestión, el oficial de
seguridad que había llamado a lapolicía tomó la palabra, muy
seguro de sí mismo:
—Buenos días, comandantes. ¡Pasen, por favor! Desde
luego, he estado de guardia todo el tiempo y no se ha tocado
nada.
—Eso espero —dijo Martínez, ácidamente.
—No, de veras, Jefe, desde que llamé por teléfono yo...
Martínez se volvió a verlo y lanzándole una de sus
miradas, ordenó:
—Lárgate y cierra la puerta.
—¿No quiere que le enseñe dónde está?—Sólo lárgate —intervino Mota.
—Sí, señor. Con su permiso.
Martínez y Mota se dedicaron a divagar por el
apartamento, sin prisas. Eran verdaderos profesionales; en el
mejor sentido de la palabra, auténticos perros. Siempre
comenzaban su labor olfateando el ambiente, pues habían
aprendido a identificar los olores propios de la escena de un
homicidio: adrenalina, orines, hierro, miedo, horror. Cada
unotomó por su lado y lo primero que ambos notaron fue la
ausencia total de violencia. Martínez revisó tranquilamente la
cocina, un baño, y estaba olfateando la sala cuando Mota lo
llamó:
—Ven a ver esto, maestro. ¡No te la vas a acabar!
Martínez no se apresuró en absoluto. Hacía tiempo que
se tomaba la profesión con calma. Aunque por su aspecto
físico daba la impresión de ser un hombre de unos sesentaaños, en realidad sólo tenía cuarenta y ocho y, de éstos,
veintinueve sirviendo en la corporación. Dos veces había sido
herido de bala; una, gravemente acuchillado. El veterano
policía había sido testigo de prácticamente todas las
atrocidades de que es capaz el contradictorio animal humano:
homicidios en todas sus modalidades, violaciones, increíbles
torturas y mutilaciones; en fin, de todo y detodas las maneras
posibles.
A diferencia de muchos de sus colegas, Martínez se había
manejado con prudencia y discreción, así que ahora poseía
una pequeña fortuna, pero su mujer —de quien estaba
separado— y su hija —a quien casi nunca veía y ya tenía veinte
años— seguían viviendo en la modesta casa de interés social
que años atrás le otorgara el Instituto de la Vivienda para los
Trabajadores delEstado. Jamás hacía alarde de riquezas o
prepotencia y era tan discreto que ni su esposa o su hija
conocían el monto de sus posesiones. Así que no trabajaba por
dinero, lo hacía por una razón que sólo él podía entender:
todo aquello lo fascinaba. Lo embelesaba el olor a sangre en
los lugares de los crímenes, la vibración de la violencia
empapada en los muebles, en las ropas de las víctimas....
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