Asimov Isaac R3 Los Robots del Amanecer

Páginas: 581 (145056 palabras) Publicado: 23 de julio de 2015
LOS ROBOTS
DEL AMANECER

Isaac Asimov

Isaac Asimov
Titulo original: The robots of dawn
Traducción: María Teresa Segur y Hernán Sabate
© 1988 by Isaac Asimov
© 1990 Plaza y Janés Editores
Travessera de Gracia 47 - Barcelona
ISBN: 84-01-92101-5
Edición digital: Biblioteca Asimov
R6 10/02

Dedicado a Marvin Minsky
y Josep F. Engelberger,
que compendiaron (respectivamente)
la teoría y la prácticade la robótica.

1. BALEY
1
Elijah Baley se encontró a la sombra del árbol y murmuró para sí: «Lo sabía. Estoy
sudando.»
Hizo un alto, se enderezó, se enjugó la frente con el dorso de la mano, y luego miró
hoscamente el sudor que la cubría.
—Odio sudar —dijo en voz alta, como si enunciara una ley cósmica. Y una vez más se
sintió irritado con el Universo por hacer que algo esencial fuese tandesagradable.
En la Ciudad nadie transpiraba jamás (a menos que lo deseara, por supuesto), ya que
la temperatura y la humedad estaban totalmente controladas, y nunca era necesario que
el cuerpo produjese más calor del que eliminaba.
Eso era la civilización.
Miró hacia el campo, donde unos cuantos hombres y mujeres estaban, más o menos, a
su cargo. En su mayoría eran jóvenes, pero también había algunaspersonas de mediana
edad, como él mismo. Araban la tierra con manifiesta torpeza, y desempeñaban toda una
serie de labores que los robots estaban preparados para hacer... y harían con mucha más
eficiencia si no les hubiesen ordenado que permanecieran al margen y esperasen
mientras los seres humanos se ejercitaban obstinadamente.
Algunas nubes surcaban el cielo y en aquel momento el sol se ocultótras una de ellas.
Baley alzó la mirada con incertidumbre. Por una parte, eso significaba que el calor directo
del sol (y el sudor) disminuirían. Por otra, ¿sería una señal de que iba a llover?
Eso era lo malo del Exterior. Había que enfrentarse contínuamente a alternativas
desagradables.
Baley siempre se extrañaba de que una nube relativamente pequeña pudiese cubrir el
sol en su totalidad,oscureciendo la Tierra de un horizonte a otro, aunque la mayor parte
del cielo estuviese despejado.
Permaneció bajo el frondoso dosel del árbol (una especie de pared y techo primitivos
que en aquellas circunstancias resultaban muy consoladores), y miró de nuevo hacia el
grupo, examinándolo. Iban allí una vez por semana, hiciese el tiempo que hiciera.
Habían iniciado el experimento con un puñado deintrépidos colaboradores, pero su
número se acrecentaba día a día. El gobierno de la Ciudad, si bien no respaldaba
abiertamente el proyecto, se mostraba lo bastante benévolo como para no poner
obstáculos.
Recortándose sobre el horizonte que se extendía a su derecha —hacia el este, a juzgar
por la posición del sol vespertino—, Baley vio las numerosas cúpulas de la Ciudad, que
encerraban todo aquello porlo que valía la pena vivir. También divisó un punto que se
movía, pero estaba demasiado lejos para distinguirlo con claridad.
Por su modo de moverse, y por detalles demasiado sutiles como para describirlos,
Baley tuvo la certeza de que era un robot, pero eso no le sorprendió. La superficie
terrestre fuera de las Ciudades constituía el dominio de los robots, no de los seres
humanos... a excepción deaquellos pocos, como él mismo, que soñaban con las
estrellas.
Automáticamente sus ojos se volvieron de nuevo hacia los idealistas bañados en sudor,
y fueron de uno a otro. Podía identificar y designar por su nombre a cada uno de ellos.
Todos trabajando, todos aprendiendo a soportar el Exterior, y...
Frunció el ceño y masculló en voz baja:
—¿Dónde se habrá metido Bentley? Y otra voz, que sonó asus espaldas con una
exuberancia algo jadeante, dijo:
—Estoy aquí, papá. Baley giró en redondo.
—No hagas eso, Ben.

—¿Que no haga qué?
—Acercarte a mí de ese modo. Ya me cuesta bastante mantener el equilibrio en el
Exterior sin tener que preocuparme también por las sorpresas.
—No pretendía soprenderte. Es difícil hacer ruido cuando andas sobre la hierba, y no
he podido evitarlo... Pero, ¿no te...
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