Atlas

Páginas: 8 (1911 palabras) Publicado: 26 de noviembre de 2012
ontrarse con las pestañas tiesas, inmóviles, perfectamente adiestradas, que lo
esperaban al borde de unos párpados bien estirados, porque un instante antes de que alcanzara su
destino, me di cuenta de que mis ojos estaban brillando demasiado. Sin levantar los pies del suelo,
retrocedí con el cuerpo para obtener una vista de conjunto de toda mi cabeza, y no encontré nada
nuevo ni sorprendenteen ella aparte de aquel destello turbio, como una capa de barniz impregnado
de polvo, que insistía en brillar sobre unas pupilas incomprensiblemente húmedas. Invertí un par de
segundos en analizar el fenómeno antes de emprender una recapitulación de urgencia. Ya no soy
una adolescente. Tampoco me había sentido mal en todo el día. No era fiebre, y tampoco
exactamente emoción, ¿será lamenopausia, me dije, que se ha vuelto loca, igual que el clima...?
Una sola lágrima, aislada, terca, absurda, se desprendió de mi ojo derecho y rodó torpemente a lo
largo de mi rostro sin lograr conmover al menor de sus músculos. Entonces comprendí que tenía
que hacerlo aquella noche. Hacía ya casi dos meses que aquel sobre alargado de papel grueso,
compacto, casi una cartulina de color crema, medesafiaba desde el cajón de mi escritorio. Me había
acostumbrado a verlo allí, entre las fotos de los niños y las facturas desordenadas, y confiaba en él
con una fe tan intensa como la que un agente desesperado pueda llegar a depositar en su arma final
y más secreta, pero entonces me di cuenta de que en el plano desierto de la realidad, donde no
existen huecos para esconderse, no iba a servirme denada. Tiene que ser esta noche, me repetí, esta
noche, esta noche. El nombre del destinatario era breve, como su dirección completa, cuatro líneas
en total, una mancha cuadrada de tinta azul perfectamente centrada sobre un rectángulo del color
más inocente, y detrás, sólo mi nombre de pila, cuatro letras añadidas al final, la solapa soldada al
resto con mi propia saliva y esa gota de saborácido que explotó de repente, con retraso, en la punta
de mi lengua, cuando aquella lágrima tonta e incómoda acertó a alcanzar la grieta de mis labios.
Tiene que ser esta noche. En ese preciso momento, Clara empezó a aporrear la puerta.
—¡Mamá...! ¡Abre, mamá, mamá, me estoy haciendo pis!
Me lavé la cara con agua fría tan aprisa como pude y atravesé el baño en tres zancadas, pero
cuando descorríel pestillo, mi hija gritaba ya como si sus zapatos estuvieran ardiendo.
—¿Por qué no has ido al aseo pequeño? —le pregunté cuando se sentó en el retrete, los brazos
flojos sobre las piernas, mirándome—. ¿Estaba ocupado?
—Tienes los ojos manchados, ¿sabes? —me anunció a cambio, y sonrió. La sonrisa de los hijos
propios envuelve un cebo tan irresistible que, mientras sus labios la sostienen, esimposible
sospechar siquiera que se pueda vivir mejor sin ellos—. Me gusta más hacer pis aquí. Éste es
mucho más grande.
La cogí en brazos y la besé deprisa en las mejillas, en la frente, en el pelo, sin atender a sus
protestas, esos aspavientos de desesperación fingida con los que recibe siempre mis besos. Hace
tiempo aprendí que no existe un método más eficaz para quitármela de encima.Apenas sus pies
rozaron de nuevo el suelo, salió corriendo a golpe de carcajada, convencida de que me estaba
escatimando, por lo menos, dos docenas de besos más. Volví a echar el pestillo y miré el reloj.
Disponía de un cuarto de hora escaso para limpiarme la cara, pintarme otra vez, vestirme, dar
instrucciones a la canguro, llegar hasta el garaje y coger el coche. En lugar de empezar por elprincipio, me senté en el borde de la bañera y cerré los ojos.
Aunque desde luego yo no era capaz de adivinar adonde habían ido a parar exactamente, ya
habían pasado dos años y medio desde aquella otra noche, aquella otra cena tan parecida en
apariencia a ésta. Entonces, octubre de 1992, me había metido en el baño a la misma hora, me había
pintado, me había vestido, y había recogido a Marisa...
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