Ave Fénix
Mariana Osorio
“…determinado juego peligroso es soportable o no. Pero cuando lo es, puede ser una salida, siendo la mejor salida la que va lo más lejos posible, la que nos conduce al límite de lo tolerable.”
G. Bataille
“Lo opuesto al juego no es la seriedad, sino… la realidad efectiva…”
Sigmund Freud
Sabemos que el psicoanálisis de un niño secentra en el jugar; un jugar, que tal y como nos reveló Winnicott, es un jugando, que apunta a movimientos, a procesos, a transformaciones, más que a productos terminados.
Pero lejos de que un juego de niños sea una simplicidad irrelevante o de fácil acceso –como pareciera significar una expresión tan usual- no desconocemos las complejidades que supone y el amplio abanico de interrogantes que plantea,en el contexto de nuestra práctica como psicoanalistas.
Pero, antes de entrar a tal contexto, quiero referirme a un sugerente ensayo escrito por George Bataille[1], a modo de comentario sobre el libro Homo Ludens: Ensayo sobre la Función Social del Juego de Johan Huizinga[2]. En dicho ensayo, Bataille elabora un agudo análisis sobre la naturaleza del juego: el juego, afirma, no tiene finalidadalguna, ni razón, y mucho menos utilidad. Es decir, su condición de ser es el derroche, y en su esencia está que nada lo justifique, “salvo la necesidad misma del juego.”([3]) ([4])
Bataille cuestiona esa diferenciación arraigada en el lenguaje, donde el juego sería la contrapartida de lo serio. Si bien esta misma aclaración la hace Freud en “El Creador Literario y el Fantaseo”[5], tal y comoaparece en uno de los epígrafes que cité, Bataille le da otros alcances.
¿Por qué definir al hombre como un ser que juega no sería algo bien serio?, se cuestiona este autor. Al respecto plantea que la respuesta, se enlaza al hecho de que está en la naturaleza misma del juego –cuando es juego y no la comedia del juego- el subvertir, cuestionar y transformar, el orden establecido. Por ello, el sesgodevaluatorio, o de franco desdén, con el que suele hacerse referencia a lo lúdico –entendiendo lo lúdico en su amplio espectro[6]- no es más que un máscara tras la cual se oculta un profundo temor, respecto a lo que dicha dimensión implica.
Apoyado en Hegel y la dialéctica del Amo y del Esclavo[7], propone que no habría nada más soberano que el juego. De ahí su peligrosidad, pues lleva implícito ensu propia naturaleza, el ubicarse en una posición de “exclusividad”: por encima del valor de lo utilitario, de lo controlable y por lo tanto, de lo predecible. En ello radica su poder. Y es ese poder el que busca mitigarse desde ciertas lógicas discursivas, cuando contraponen el juego (o más extensamente lo lúdico) a lo serio, a lo importante, o a lo que es valorado bajo condición de someterse ala lógica del trabajo productivo.
Nada más alejado del psicoanálisis que las conductas y las propuestas del mundo utilitario. De esa postura se nutren sus principales detractores. ¿Qué valor utilitario tendría entregarse a la insensatez de las palabras, a explorar las intrincadas sendas por donde nos guía una frase, un significante, un sueño o un juego, no digamos ya un silencio, cuando nada deeso embona en la lógica servil de un mundo regido por el marketing? ¿Pero, acaso, eso significa que no tenga un valor, aún si los parámetros de tal valoración sean otros, muy diversos a los autorizados desde los discursos dominantes?
Por ahora dejaré esa discusión, para entrar al ámbito de ese derroche –sin aparentes consecuencias- que trae consigo el jugar de un niño, en el contexto de nuestrapráctica.
¿Qué estatuto tiene el jugar para el psicoanálisis?, ¿En qué consiste la eficacia de la actividad lúdica?, ¿Qué efectos produce en la constitución del sujeto, y cómo se producen tales efectos? Intentaré bordear algunas de las implicaciones que estas interrogantes puedan tener en la clínica.
Parafraseando a Doltò empezaré por decir que el juego es un trabajo. Pero ¿de qué clase de...
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