AY MALITZA
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La conocí un día como hoy, me llamó la atención verla rodeada de tanta gente, ya que los ancianos recluidos en los asilos, por lo general, no tienen quién vea por ellos. Son traídos por algún sobrino, sobrina o ahijado que no pudiendo tenerlos con ellos y con la mejor de las intenciones, los dejan al cuidado de personas especializadas, prometen sacarlos a pasear ovisitarlos todas las semanas, pero con el tiempo los van olvidando y se van quedando solos.
Por eso me extrañó tanto. Era la chocolatada navideña organizada por nuestro grupo de voluntariado de la parroquia, tú sabes: pantuflas, bufandas, galletitas, una ropita y todo eso que se acostumbra llevar.
-Princesita, ven aquí –me llamó-. Te presento a mis hijos y mis nietos –dijo con una gran sonrisa.
Algono coincidía en su presentación, salvo uno que otro, los ‘’hijos’’ no se parecían; había un pelirrojo al que todos llamaban Antorcha, yo pensé que era por lo colorado, pero tiempo después ella me contaría que no era por eso y que nunca se enteró del porqué de ese sobrenombre.
También dos blancos de cabello castaño, uno flaco y el otro gordito, Felipe y Fabrizzio, respectivamente; dos másgorditos que sí se parecían mucho entre sí, sabía que eran mellizos porque ambos eran muy conocidos en el medio, uno era un psicólogo muy afamado y el otro uno de los mejores actores nacionales, ellos estaban con sus esposas. Reconocí de inmediato al más alto porque era un chef muy reconocido; otro. Un poco mayor que los demás y acompañado de sus hijas, al que llamaban flaco Alex, que, por cierto, ya noestaba tan flaco. Bruno, Felipe, Fabrizzio: muchos nombres para aprender en tan poco tiempo; en fin, una multitud de personas para un lugar tan particular.
-¿Cuántos maridos habrá tenido esta señora? –me pregunté, pero pronto todas mis dudas fueron aclaradas: solo dos de ellos eran suyos, los demás la llamaban tía y eran los compañeros de sus hijos, el grupo, los amigos de infancia y desiempre.
Ella, con la intención de preservar su unión, había instituido esta fecha como el Día del Encuentro y cada año preparada un lonche para todos. El tiempo había pasado, pero ninguno olvidaba sus palabras: ‘’Mientras yo viva, estaré esperándolos cada 26 de diciembre’’, por eso, todos hacían grandes esfuerzos por visitarla en esa fecha.
-Este año no pudo venir el curita, está en el extranjero-me explicó- ; pero mira, me envió una tarjeta.
Le dije unas palabras y seguí repartiendo los regalitos entre todos los ancianos. Ella no me necesitaba, se le veía tan feliz contemplando a sus ‘’hijos’’ abrazarse unos con otros, conversar, recordar, reír.
Estuvieron mucho rato acompañándola, yo pensaba que no era justo y hasta me parecía insultante para los que los demás viejitos que ellatuviera tanta gente a su lado y que los demás estuviesen totalmente solos, pero me arrepentí de mis pensamientos cuando, como si fuesen un grupo de ayuda social, se acercaron a los ancianos, los besaron y compartieron con ellos sin importarles que los confundieran con sus hijos o algún familiar; no los sacaban de su error y les entregaban muchos regalos: frazadas, vestimenta, naipes, rompecabezas,juegos de mesa.
Nosotras, las voluntarias, nos sentimos extrañadas, pues las hermanas de asilo no nos habían avisado que compartiríamos la actividad con otras personas. Ellas eran muy organizadas, todo tenía que ser coordinado con anterioridad para que hubiese equidad, pero descubrí que ni las madrecitas sabían de eso cuando escuché:
-Un momentito, jóvenes –la hermana superiora tomaba cartas en elasunto -. No me voy a oponer a sus regalos no a su visita; pero, por favor, los chocolates, caramelos, galletas o cualquier otro alimento me lo entregan a mí; aquí hay muchos diabéticos –explicó
-¡Oh, qué aburrida!, ¡es Navidad! –protestó la anciana de los ‘’muchos hijos’’.
Todos los jóvenes obedecieron sin protestar y se quedaron en la fiesta hasta el final. Algunos de ellos visitaron...
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