balance
Esa noche hubo en la casa muchas visitas de las señoras principales de la ciudad, pero al toque de las nueve se despidieron todas.
Doña Inés se retiró a su aposento y llamó a Andrea para que la ayudara a desvestirse. Esta operación se hizo conversando familiarmente ama y criada.
-Oh, ¡qué calor! Dijo Inés, aflojándose el jubón debajo del cual tenía un justillo con aros yvarillas de acero, aparato que usaban entonces todas las señoras, aunque tuvieran el talle tan perfecto que no lo necesitaran, como sucedía a Doña Inés. Pero eso era moda, y sabido es que la moda es y ha sido siempre el verdugo de las mujeres, y no me siento bien, añadió Doña Inés; tengo la cabeza pesada y sufro un malestar general
-Eso debe de ser a consecuencia de la agitación del día: ¡tántay tánta visita! Jamás había visto mayor número de gente en esta casa.
-¡Y algunas de esas visitas tan largas!
-Pero ninguna más cansada que la del Reinoso. -¿Quién es el Reinoso.
-Ese señor Arévalo de quien he dicho a su merced que anduvo siguiéndola el Jueves Santo por todas las iglesias.
-Sí, ciertamente, fue la más larga de todas. -Consiste en que está enamorado de su merced. Pero si mepermite que le diga mi parecer, se lo diré; a mí no me gusta ese blanco, ni a Fermín tampoco.
-¿Y qué le ha hecho a Fermín
-Nada, pero él no lo quiere porque sabe que el niño Daniel tampoco lo quiere.
-Y Daniel ¿por qué no lo quiere?
-Yo no sé, pero Fermín me ha dicho que desde el Jueves Santo el niño Daniel le cobró un odio mortal. ¡Pobre muchacho!
-Pobre ¿por qué?
-Por nada. Dígame, miseñorita, ¿se ha fijado su merced alguna vez en el niño Daniel?
-Muy poco, Andrea; ¿y por qué me preguntas eso? -Porque no hay entre todos los blancos que han venido hoy aquí, ni hay en toda la ciudad, un mancebo más hermoso, ni más cumplido ni de mejor carácter. Si el niño Daniel fuera noble y rico, ése sí que sería un buen marido para su merced. ¡Qué pareja, Dios mío! ¡Qué pareja!
-Basta, Andrea, yapuedes retirarte; mañana recogerás estos vestidos y estas joyas. Deseo acostarme, porque me siento mal.
Inés se dirigió a su cama, y Andrea a la suya que estaba en la antecámara del mismo aposento; entre las dos piezas había una puerta con grandes cortinas de damasco carmesí.
Andrea se durmió pronto pensando en Fermín, y Doña Inés sin poder dormir se puso a recordar las facciones de Daniel paraver si realmente merecía los elogios que le tributaba Andrea. Según ella creía, éste era el único motivo por que pensaba en él.
Al día siguiente la familia del Alférez Real se levantó muy temprano como lo tenía de costumbre.
A las ocho de la mañana sonó la campanilla anunciando que el almuerzo estaba servido. Pronto estuvieron reunidos en la mesa todos los miembros de la casa, menos Doña Inés.-¿Dónde está mi ahijada? preguntó Don Manuel.
-Inés no se ha levantado aún, contestó Doña Francisca, porque se halla indispuesta según nos ha dicho Andrea; he mandado que la dejen tranquila en cama y que le hagan silencio, pues tal vez habrá pasado mala noche.
-Pero es preciso saber qué tiene, no vaya a ser principio de alguna enfermedad grave. Andrea, ve a preguntar a tu señora si puedo entrara verla.
Andrea corrió a cumplir con esa orden, y volvió al punto diciendo que su señorita lo esperaba.
Don Manuel, antes de sentarse a la mesa, pasó al aposento de Inés y entró diciendo:
-y bien, hija mía, ¿qué es lo que tienes?
-Siento dolor de cabeza bastante fuerte, contestó ella, y creo tener calentura a juzgar por el calor del aliento y el ardor de los ojos.
-Dame el pulso.
Ella sacóel brazo de debajo de las colchas y lo presentó a Don Manuel. Él le tomó la mano primero, que halló ardorosa, y después la pulsó.
-Sí, hija, tienes calentura, y bastante fuerte. Esto debe de ser efecto de la agitación de ayer. Ahora mismo voy a mandar se te dé un bebedizo. No te alarmes, pronto volveré.
-Gracias, padrino.
Al regresar a la mesa, anunció que Inés estaba con una calentura...
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