balzac

­
La obra maestra desconocida
Honoré de Balzac

A un lord
………….
………….
………….
………….
1845

I

GILLETTE


Hacia finales del año 1612, en una fría mañana de invierno, un joven pobremente vestido se paseaba frente a puerta de una casa situada en la Rue des Grands-Augustins de París. Tras haber caminado largo rato por esta calle con la indecisión de un amante que no se atreve apresentarse ante su primera conquista, por fácil que sea, acabó por traspasar el umbral de esta puerta, y preguntó si el maestro François Porbus se hallaba en casa. Tras la respuesta afirmativa que le dio una vieja ocupada en barrer el patio, el joven subió lentamente los peldaños deteniéndose en cada uno, como un cortesano principiante, inseguro del recibimiento que le dispensará e1 rey. Cuando llegóa lo alto de la escalera de caracol, permaneció un momento en el rellano, indeciso el aldabón grotesco que adornaba la puerta del taller donde, sin duda, trabajaba el pintor de Henri IV al que Maria de Médicis abandonó por Rubens. El joven experimentó sensación profunda que ha debido de hacer vibrar el corazón de los grandes artistas cuando, en el apogeo de su juventud y de su amor por el arte,se acercaron a un hombre de genio o a una obra maestra. Existe en todos los sentimientos humanos una flor primitiva engendrada por un noble entusiasmo que va languideciendo hasta que la felicidad no es más que un recuerdo y la gloria una mentira. Entre estas emociones frágiles, nada se parece más al amor que la joven pasión de un artista que comienza el delicioso suplicio de su destino de gloria yde desgracia, pasión plena de audacia y de timidez, de creencias confusas y de amarguras innegables. El que falto de dinero, adolescente de genio, no ha palpitado violentamente al presentarse ante un maestro, carecerá siempre de una fibra en el corazón, de no se qué toque en el pincel, de un sentimiento en la obra, de cierta expresión de poesía. Los fatuos pagados de sí mismos que creendemasiado pronto en el porvenir sólo son gentes de talento para los necios. A este respectos el joven desconocido parecía tener un mérito cierto, si e1 talento se mide en esa primera timidez, ese pudor indefinible que los prometidos a la gloria saben perder en el ejercicio de su arte, como las mujeres bellas pierden el suyo en el juego de la coquetería. El hábito del triunfo atenúa la duda, y el pudor estal vez una duda.
Asolado por la miseria y sorprendido en aquel momento por su propia impertinencia, el pobre neófito no habría entrado en casa del pintor al que debemos el admirable retrato de Henri IV, sin la ayuda extraordinaria que le brindó el azar. Un anciano empezó a subir la escalera. En la extravagancia de su traje, en la magnificencia de su gola de encaje, en la prepotente seguridaddel modo de caminar del personaje, el joven imaginó el protector o el amigo de] pintor. Se hizo a un lado en el rellano para dejarlo pasar, y lo observó con curiosidad esperando encontrar en él la buena naturaleza de un artista o el carácter servicial de las gentes que aman las artes; pero percibió algo diabólico en este rostro, y sobre todo ese no se qué que fascina a los artistas. Imaginad unafrente calva, abombada, preeminente, que cae en voladizo sobre una nariz pequeña y aplastada, respingona en su extremo, como la de Rabelais o la de Sócrates; una boca burlona y arrugada, un mentón corto, orgullosamente levantado, guarnecido por una barba gris tallada en punta, ojos de verde mar ajados en apariencia por la edad, pero que en el contraste del blanco nacarado en que flotaba supupila debían lanzar a veces miradas magnéticas en los arranques de cólera o de entusiasmo. Su rostro estaba singularmente marchito por las fatigas de la edad, y aún más por los pensamientos que tanto socavan el alma y el cuerpo. Los ojos no tenían ya pestañas, y apenas se veía algún vestigio de cejas sobre sus arcos salientes. Poned esta cabeza en un cuerpo enjuto y endeble, rodeadla con un encaje...