barranca grande

Páginas: 24 (5873 palabras) Publicado: 7 de febrero de 2014
En el lindero del páramo más alto, en una choza enana como la vegetación circundante —frailejones aterciopelados, duros espinos, paja raquítica—, vivían en pecado de amaño, desde hacia algún tiempo, el indio José Simbaña y la longa Trinidad Callahuazo. Como buenos huasipungueros trabajaban de lunes a sábado —desmontes, siembras, cosechas, zanjas, limpias, mingas— en la hacienda del «patróngrande, su mercé», propietario y señor de la ladera, del valle, del bosque y de la montaña.
Los domingos, al amanecer, la pareja amancebada —luciendo doble poncho de bayeta de Castilla, él; anaco oscuro, collares de cuentas doradas, rebozo de encendido color, ella—, entraba en la iglesia del pueblo. Desde el rincón de la nave más penumbrosa, José y Trinidad, confundidos en el anonimato de unamuchedumbre de indios y cholos campesinos, gustaban de la misa. La mímica litúrgica del simbólico sacrificio, el oropel deslumbrante de los atavíos del sacerdote, el olor de las nubes del incienso al entrar en la corriente emotiva y fervorosa de los campesinos, se impregnaba de un supersticioso sabor a brujería familiar. Pero cuando el señor cura, antes de U bendición, hablaba contra la unión maldita delamaño, contra los violador» de las leyes sagradas, contra los remisos a los sacramentos de la santa madre Iglesia, José y Trinidad se encogían de terror, de un terror infantil que les obligaba a observarse de soslayo —en defensa ansiosa, en mutua acusación—. Una humedad viscosa —la misma que sin duda paralizó a sus antepasados más remotos a la vista de arcabuces, espadas, armaduras y caballos— leshundía en la evidencia de su condenación eterna'.
El realismo del buen predicador para enumerar los castigos que Taita Diosito, en su infinito poder, había creado para sus hijos descarriados, le llevaba a las comparaciones más vulgares y exageradas: "El fuego indómito de los volcanes, la paila grande —la más grande— de la vieja tamalera, el plomo fundido en la fragua de la herrería del tuertoMelchor, las víboras del bosque, los alacranes, las arañas..." Al ubicar su cuadro de pesadilla, el santo varón alzaba las manos al cielo, y, con voz cavernosa que se ahuecaba en las naves del templo, concluía:
—¡Como la Barranca Grande con sus grietas de espanto en los muros! ¡Como la Barranca Grande con sus hediondeces de azufre y mortecina! ¡Como la Barranca Grande con su aliento de queja y susdilatadas fauces rocosas! ¡Así...! ¡Así es el infierno! ¡Así como la Barranca Grande!
Era suficiente mencionar aquel paraje para que el miedo cundiese entre los fieles. Todos conocían el lugar tenebroso. Todos conocían la profundidad inaccesible hundida trescientos metros entre aristas de roca e imprecisas formas donde humeaban perennes fumarolas en memoria de antiguo esplendor volcánico—excitaban la fantasía popular hasta la afirmación supersticiosa: «Taita Diablo colorado fuma azufre en pipa de piedra»—. Hay que advertir que todos olieron alguna vez la atmósfera podrida que exhalaban los pantanos de las innumerables cuevas y recodos del fondo de Barranca Grande. Todos escucharon también alguna vez el aleteo fantasmal de murciélagos, lechuzas y pajarracos que llegaba desde el seno de aquelabismo al anochecer.
Ante la evocación apocalíptica del sacerdote, la masa de indios y cholos campesinos que llenaba las tres cuartas partes de la iglesia estremecíase en quejas, ruegos, temblores irrefrenables —reedición de algún retablo de barro de ídolos en actitudes de atormentado subconsciente—. Desde el pulpito el señor cura —manos crispadas en santa cólera, ojo retador de aguilucho—dominaba en esos momentos su obra con verdadera imponencia. ¡Su obra! Su obra empedrada de rostros tatuados por morbosos y ancestrales arrepentimientos, de manos puestas en súplica humillante y envilecida ansia de perdón, de ojos turbios por lágrimas inopinadas e histéricas, de párpados enrojecidos prematuramente en humo de leña tierna, en guarapo podrido, en suciedad de vientos de páramo. Un...
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