Beauvoir, Simone De - La Mujer Rota

Páginas: 247 (61678 palabras) Publicado: 20 de noviembre de 2012
LA M U J ER R O T A
Si m on e de B e a u voi r

Título original: L'Age de la discretion Monologue La femme rompue Traducción de Dolores Sierra y Neus Sánchez Revisión de Sanjosé-Carbajosa Diseño de la cubierta: Edhasa basado en una idea original de Mabel (Tribugráfica) Primera edición en colección Diamante: abril de 2007

Simone de Beauvoir

La mujer rota

LA EDAD DE LA DISCRECIÓN

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La mujer rota

¿Mi reloj está parado? No. Pero las agujas no dan la sensación de girar. No mirarlas. Pensar en otra cosa, en cualquier cosa: en este día detrás de mí, tranquilo y cotidiano, a pesar de la agitación de la espera. Enternecimiento al despertar. André estaba acurrucado en la cama, los ojos cubiertos con una venda, la mano apoyada en la pared, con gestoinfantil, como si en la confusión del sueño hubiera necesitado experimentar la solidez del mundo. Me he sentado al borde de la cama, he apoyado la mano sobre su hombro. Se ha arrancado la venda, una sonrisa se ha dibujado sobre su rostro atolondrado. —Son las ocho. He instalado en la biblioteca la bandeja del desayuno; he tomado un libro recibido la víspera y ya a medias hojeado. ¡Qué fastidio todasesas cantinelas sobre la incomunicación! Si uno quiere comunicarse, generalmente se logra. No con todo el mundo, ciertamente, pero sí con dos o tres personas. A veces oculto a André caprichos, nostalgias, inquietudes menores; sin duda él también tiene sus pequeños secretos, pero a grandes rasgos no ignoramos nada el uno del otro. He servido en las tazas, té de China muy caliente, muy cargado. Lohemos bebido revisando nuestro correo; el sol de julio entraba a raudales en el cuarto. ¿Cuántas veces nos habíamos sentado frente a frente ante esta mesita, delante de las tazas de té muy cargado, muy caliente? Y otra vez mañana, dentro de un año, dentro de diez años... Ese instante tenía la dulzura de un recuerdo y la alegría de una promesa. ¿Teníamos treinta años, o sesenta? Los cabellos de Andrése han encanecido tempranamente: en otra época, esa nieve que realzaba la frescura mate de su piel parecía una coquetería. Sigue siendo una coquetería. La piel se ha endurecido y agrietado, viejo cuero, pero la sonrisa de la boca y de los ojos ha conservado la luz. A pesar de los desmentidos del álbum de fotografías, su imagen juvenil concuerda con su rostro de hoy: mi mirada no le conoce edad.Una larga vida con risas, lágrimas, cóleras, abrazos, confesiones, silencios, impulsos, y a veces parece que el tiempo no hubiera pasado. El porvenir todavía se extiende hasta el infinito. Se ha levantado: —Buena suerte con el trabajo —me ha dicho. —Tú también: buen trabajo. No ha contestado. En esa clase de búsqueda, forzosamente hay períodos en

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loscuales no se adelanta; uno se resigna a eso con menos facilidad que antes. He abierto la ventana. París olía a asfalto y a tormenta, abrumado por el pesado calor del verano. He seguido a André con la mirada. Es quizá durante esos instantes, cuando lo veo alejarse, cuando él para mí existe con la más trastornadora evidencia; la alta silueta se empequeñece, dibujando a cada paso el camino de suregreso; desaparece, la calle parece vacía pero en realidad se trata de un campo de fuerzas que lo conducirá otra vez hacia mí como a su sitio natural; esta certidumbre me conmueve aún más que su presencia. Me he quedado un largo rato en el balcón. Desde mi sexto piso descubro un gran pedazo de París, el vuelo de las palomas por encima de los techos de pizarra y esas falsas macetas que son chimeneas.Rojas o amarillas, las grúas (cinco, nueve, diez, cuento diez) obstruyen el cielo con sus brazos de hierro; a la derecha, mi mirada tropieza con una alta muralla perforada por pequeños agujeros: un inmueble nuevo; descubro también torres prismáticas, rascacielos recientemente edificados. ¿Desde cuándo el terraplén del bulevar Edgar-Quinet se transformó en un párking? La frescura de ese paisaje...
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