becquer

Endemoniada criatura,
En el día de hoy, yo, don Iñigo, montero del gran Fernando de Argensola, primogénito de Almenar, le demando que me devuelva a mi señor de manera inmediata.

Taldesvanecimiento tan inoportuno ha traído por sorpresa a los habitantes de nuestra tierra. A todos menor a este montero. Los míos padres avisaronme de su malicia y repugnancia. Como buen siervo, compartí estapesquisa con don Fernando. Mi señor había quedado cautivado por su mirada de tal manera, que la hipnosis diabólica que se había iniciado en su corazón ya era imparable.

Como buen montero queadecuadamente es este viejo, conozco las tierras de Soria, las cuencas del Moncayo, y todas tierras vecinas. Por muy profunda que sea la fuente de los Álamos, los seguidores de don Fernando de Argensolaencontrarán a su señor y lo retornarán sano y salvo a su tierra.

Demonio maligno, las tropas entrarán en su laguna de terror nos devuelva a don Fernando o no. La diferencia entre las dosdiferencias es la vida o la muerte. Es de prima importancia que vuelva su señor Fernando a donde realmente pertenece, no en las manos de una vil diablilla de montaña.

Aunque su corazón impuro tiene oídossordos para la compasión, lea estas breves palabras que con tanto dolor escribo.

El evento transcurrió una mañana en la que mi señor Fernando de Argensola y yo marchábamos de cacería hacia losbosques de Soria. Don Fernando quiso seguir a una presa dentro de la guarida de su perverso cuerpo espectral, pero, fiel montero que soy, fue inteligente de advertirle de las consecuencias. Hasta derramémi honor en frente de los otros cazadores insistiendo que no hay valentía cuando nos enfrentamos con el diablo. Razón tenía yo, pobre de mi señor.

Más adelante, vino mi señor declarando quecreía haber visto unos grandes ojos observándolo fijamente. Contra mi buen juicio, Don Fernando quedó cautivado por su belleza, nombrando en especial los ojos, descritos tan verdes y profundos como los...