bioge

Páginas: 5 (1075 palabras) Publicado: 9 de abril de 2014
La Oficina del Gabinete me envió a Bruselas en 1989 junto con el profesor Sam Berry y
lord Nathan. Fuimos los representantes del Reino Unido en un encuentro de la Comunidad
Europea sobre ética medioambiental. Nos reunimos y cenamos en un antiguo palacio belga
que se alzaba en medio de su propio terreno, no en el alto e impersonal monumento de
Berlaymont. Creo que aporté muy pocas cosas a lareunión sobre ética y dejé en manos de
lord Nathan, un distinguido abogado, y de Sam Berry, que tenía la característica poco
común de ser teólogo y profesor de biología, la expresión de nuestras conversaciones
privadas. Gaia no trata de asuntos humanos excepto en los casos, como el abordado allí, en
que inciden en la salud del planeta. Gaia nos exige que vivamos con sensatez en compañía
de laTierra, lo que requeriría que recompusiéramos los hábitats destruidos para dar de
comer a la gente. Para ello es necesario tomar decisiones políticamente difíciles, como la de
dejar de consumir carne o reducir el número de habitantes del planeta a un tercio o menos.
No se me ocurría ninguna manera de presentar temas como éste en los serios debates de
Bruselas. Todos ellos trataban de asuntoshumanos, y cuando los asistentes hablaban del
medio ambiente lo hacían desde puntos de vista también humanos, como el de hallar
soluciones a la contaminación urbana. Durante la comida celebrada en el palacio me senté
enfrente de Jacques Delors, el formidable dirigente de las Comunidad Europea. Tuve la
aguda sensación de que, al mirarme por encima de la mesa, me estaba animando a hablar
sobreGaia. Por desgracia no aproveché la oportunidad que me ofreció. Acabada la comida,
volvieron a llevarnos como a gente VIP al aeropuerto de Bruselas, donde los tres hicimos
algunas compras. Sam y yo volvimos a casa con figuras de aves de cristal grabado; el mío
era un buho. Sandy salió a buscarme al aeropuerto de la ciudad de Londres y regresamos a
nuestro piso de St. Mark's Road.
Tras aquelturbulento inicio, mi séptima década se ha sosegado y estos años han acabado
siendo los más felices de mi vida. Los momentos culminantes fueron los de la obtención de
cuatro premios internacionales, varios doctorados honoris causa y cuatro visitas a Japón.
Concluiré el capítulo hablando de ellos.
Mi relación con el mundo universitario ha sido incómoda. Lo conocí desde dentro siendo
profesor enla facultad de Medicina de Baylor en la década de 1960, y estuve vinculado a él
durante 20 años de forma laxa como profesor invitado de la Universidad de Reading, y por
temporadas más breves en las de Houston y Washington, en Seattle, pero soy demasiado
solitario y nunca he tenido la sensación de formar parte de la vida universitaria. Así pues, la
generosidad de las ocho universidades que mehan concedido doctorados honoris causa —
Exeter, Kent, East Anglia, Edimburgo, Colorado, East London, Estocolmo y Plymouth—
me han abrumado y llenado de gratitud. El más emocionante de esos actos fue la
importante ceremonia de la concesión del grado de doctor en Ciencias que recibí de la
Universidad de Estocolmo en 1991. El desfile, los cañonazos y los toques de trompeta, la
entrega del títuloy el anillo de oro, que no me he quitado desde entonces, me hicieron
consciente de que estaba verdaderamente desposado con la ciencia. Recuerdo con afecto a
mis numerosos amigos entre los científicos suecos y mis visitas a su país.
En la primavera de 1990, una llamada por teléfono de la Real Academia Holandesa de
Artes y Ciencias me trajo la noticia asombrosa de que iba a recibir el PremioAmsterdam de
Medio Ambiente en una ceremonia que se celebraría en La Haya en octubre de aquel año.
Mi amigo y colega sir John Cornforth había propuesto mi nombre varios años antes, pero
nunca esperé recibir el premio, y fue el primer indicio de que la década de 1990 iba a ser la
del reconocimiento a las investigaciones realizadas por mí durante los largos años de
soledad e independencia. Tras...
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