Biografia de juan montalvo
Un día se entró por las puertas del cura una pobre mujer bañada en lágrimas: «Señor cura, mi marido se muere: ni sé qué hacerle, ni tengo para un medicamento: favorézcame». El cura tomó su capa, su bastón nudoso, y salió con la mujer. «Don Pedro, dijo, inclinándose sobre el moribundo, ¿qué tiene? -Me muero, señor cura, me muero: confesión, misericordia». Confesolo elpárroco, y una vez absuelto el agonizante, dijo: «El alma está segura: ahora tratemos de salvar el cuerpo». Salir volando, tomó de su botiquín las drogas que le parecieron venir al caso, propinolas en persona, y se estuvo a esperar el efecto de ellas. Como no hubiese mejoría, pasó la noche a la cabecera del paciente, el cual expiré por la madrugada. «Señora Rosa, dijo a la mujer, yo sé que ustedesno tienen nada; el Señor es misericordioso; ocúpese usted en llorar a su marido; lo demás corre de mi -343- cuenta». Y fue así: mortaja, ataúd, entierro, todo lo dio y lo hizo. Al otro día, misa fúnebre, con cuanta solemnidad pudieran ofrecer los paramentos y arbitrios de la aldea. «Mientras dura lo intenso del dolor, señora, no tendrá usted ánimo para buscar el pan de sus hijos: gaste estosreales; si le faltan, venga al convento». Iba a salir, y volviéndose de la puerta, preguntó: «¿Los niños siguen frecuentando la escuela? -Dos meses antes de la enfermedad de su padre, respondió la viuda, ya no iban: nos llegó a faltar la mesada. -Que vuelvan, señora Rosa; yo la pagaré». Y salió y se fue, llevando un santo dolor en el corazón.
Por la noche de ese mismo día una sombra se deslizabapegada a la pared de la calle: iba de prisa, pero con pasos atentados, religiosos. Llegando a una puerta, adentro la persona. La familia de esa casa eran una anciana, dos muchachas y tres niños cubiertos de harapos. Tan luego como vieron comparecer allí al recién venido, la anciana y las muchachas se tiraron de rodillas ante él: «¡Señor cura, Dios le manda! dos días ha que no comemos: los chiquillosno han podido vender ni una trenza ni un peine: en vano se han matado mis hijas. -Culpable soy, respondió el sacerdote: debí haber venido antes. -El último socorro, dijo la mujer, se ha concluido primero que el mes, a causa que pagamos una deuda de mi hermano Santiago para sacarle de la cárcel. -Me lo hubieran ustedes avisado, madre Rita: ¿cuál era la deuda del pobre Santiago? -Doce reales, señor.-¿Y por doce reales, repuso el cura, ha ido a la cárcel ese hombre de bien? -Y diga, señor, ¿cómo ha sido eso: caída en pedazos la pollera de mi Angela, dos domingos no había ido a misa la chiquilla; Santiago, viendo ese extremo, fue y sacó fiadas tres varas de bayeta: cumplido el plazo, entró a la cárcel». Y la pobre mujer se echó a llorar. «¿Así, tan desnudas están estas criaturas? Volvió adecir el sacerdote: vístalas, señora; en casa tengo algunos géneros». No los tenía; pero fue a casa de un mercachifle, sacó liencillo, bayeta, pañuelos, y los tuvo a prevención en el convento. Vino la madre de esas muchachas, y -344- besándole la mano a ese santo varón, y regándola con las lágrimas de sus ojos, se volvió que no cabía de contento.
Asomáronse una tarde unos forasteros por la plaza, yse quedaron en medio de ella como quienes no hubiesen hallado posada. Salió el cura, tiró hacia ellos, y dijo: «¿Qué es esto, amigos? ¿por qué se plantan ustedes aquí? -En dos casas hemos pedido alojamiento, señor, y no lo hemos obtenido: nosotros somos tantos, y las casitas son tan estrechas. -La mía es espaciosa, señores: sean ustedes servidos de honrarme con admitir en ella un plato y malacama».Siguieron los forasteros al cura, y fueron tratados como los huéspedes de Abrahán, con buena voluntad. Donde reina el amor de Dios, no puede estar ausenté el amor del prójimo; y en habiendo amor de Dios y el prójimo, nunca falta para las obras de misericordia. «Este hombre es un santo», decían los forasteros, tanto más admirados, cuanto le veían curar en persona, mudarle y servirle a uno como...
Regístrate para leer el documento completo.