Biografia de Naruto
El rancho de don Tiburcio, mirado desde lejos, en una tarde de sol, parecía un bicho grande y negro, sesteando a la sombra de dos higueras frondosas. Un pampero -hacía añares- le torció los horcones y le ladeó el techo, que fue a quedar como chambergo de compadre: requintado y sobre la oreja.
No había quien pudiese arreglarlo, porque don Tiburcio era unviejo de mucho uso, que agarrotado por los años, dobló el lomo y andaba ya arrastrando las tabas y mirando al suelo, como los chanchos. Y además, no había por qué arreglarlo desde que servía lo mismo: el pelo de la res no influye en el sabor de la carne.
Lo mismo pensaba Casimira, su mujer, una viejecita seca, dura y áspera como rama de coronilla, para quien, pudiendo rezongar a gusto, lo demás leera de un todo indiferente.
Y en cuanto a Maura, la chiquilina, encontraba más bello el rancho así, ladeado y sucio como un gaucho trova. Maura era linda, era fresca y era alegre al igual de una potranca que ofrece espejo a la luz en la aterciopelada piel del pelecheo.
Sin embargo, en aquel domingo de otoño, blanco, diáfano, insípido como clara de huevo, la chiquilina agitábase en singularpreocupación. El seno opulento batía con rabia dentro de la jaula de hierro del corsé; las piernas nerviosas hacían crujir la zaraza de la polera acartonada con el baño de almidón: el rostro, que tenía el color y la aspereza de los duraznos pintones, resultaba un tanto pálido, emergiendo del fuego de una golilla de seda roja; los renegridos cabellos, espesos como almácigo, rudos, indómitos, hacíanesfuerzos de potro por libertarse de las horquillas, y las peinetas que los oprimían; las pupilas tenían el oscuro, misterioso y hondo, del agua dormida en la lejana entraña del pozo; y los labios, color de ladrillo viejo, apetitosos como "picana" de vaquillona, se estremecían de vez en cuando, con un estremecimiento semejante al de un pedazo de pulpa arrancado de la res recién muerta.
Tanpreocupada hallábase junto al fogón de la pequeña cocina, que la leche puesta a hervir en el caldero, subió, rebasó y cauyó en las brasas, chillando y hediendo, sin que ella lo advirtiese, hasta que doña Casimira sintiendo el tufo le gritó desde el patio:
-¡Que se quema la leche, avestruza!...
Maura atendió en seguida, porque su madre la llamaba a veces perra, baguala, yegua, anímala, perocuando le decía avestruza, es que estaba furiosa, y casi siempre acompasaba el insulto con una bofetada o de un tirón de las mechas.
En realidad, sobrábanle motivos a la chica para encontrarse preocupada, ese mismo domingo, apenas se instalara la noche, debía abandonar aquellos tres viejos queridos -su padre, su madre y el rancho- entre los cuales había nacido y crecido.
-¡Y al menos fuese talel único causante de su incertidumbre dolorosa!... Ella sabía bien que todos los pichones, una vez emplumados, alzan el vuelo y abandonan el nido en cumplimiento de la ley natural ... Pero había más: había una duda atroz taladrando su pequeño ce-rebro de bruto. ¿Amaba, realmente a Liborio?... Evocando su imagen, su sola imagen, le parecía que sí; pero ocurríale que, al evocarla, no tardaba enpresentarse; sin ser llamada, la imagen de Nemesio, y ya entonces el juicio vacilaba, enturbiado.
A cualquiera le pasaría lo mismo, porque Liborio la seducía con sus bucles azafranados, con su voz más dulce que miel de camoatí, con sus languideces de felino y con su fama de cuatrero guapo, peleador de policías; pero también Nemesio era bulto que daba sombra en el corral del alma.
Nemesio era casiindio y feo de un todo. Era más duro que una piedra colorada y mejor era tocar una ortiga que tocarlo a él. Hablaba muy poco y casi no se le entendía lo que hablaba, porque las palabras, al salir de su boca, se enredaban en los enormes bigotes y se convertían en ruido. Tenía un cuerpo grandísimo y una cabecita chiquita y redonda, poblada de pelos rígidos, parecida a una tuna de esas que se...
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