bla bla
Noconseguí relajarme mucho andando por esa breve distancia, y cuando llegué ante el edificio donde vivo, decidí detenerme un rato para fumar un cigarrillo; me habría ayudado a recobrar la calma necesaria para dormirme. Mientras fumaba, levanté los ojos al cielo, y me di cuenta de que la señora Sabiduría –así la llamamos en el barrio, a esa mujer, por todo lo que sabe y dice sobre cualquiera– estabamirándome de reojo desde su piso en la tercera planta, y como no aguanto a esa cotilla, tiré medio cigarro al suelo con un gesto de enojo, y subí a mi apartamento por las escaleras; el ascensor siempre está estropeado.
Después de subir cinco plantas a rastras, me dejé caer en la butaca ante la televisión. Pasé de un canal a otro durante media hora sin encontrar nada de interesante, así que aprovechandotambién de un repentino ataque de sueño, me fui a la cama. Aún no eran las cinco de la mañana, cuando fui despertado, horriblemente, por el odioso sonido del timbre. Me levanté enseguida asombrado y asustado vista la hora.
Me acerqué a la puerta sin hacer ruido, miré por la mirilla, y vi a dos hombres corpulentos parados en el descansillo. Me detuve un rato contemplándolos: el mayor aparentabaunos cincuenta años, mientras el otro no parecía alcanzar los veinte. Tocaron otra vez el timbre; sabían que me encontraba en casa.
– ¿Quiénes sois? –inquirí yo.
–Abra por favor –dijo el mayor esgrimiendo lo que parecía un mandato de detención.
Abrí la puerta sin quitar la cadena de seguridad.
– ¿Pues, qué pasa? –pregunté.
–Sería mejor que se lo aclaremos en casa –siguió el mayor.Vacilé un rato antes de dejarme convencer a que entraran. Podía ser un engaño ¿si el mandato era falso? ¿Cómo podía reconocer la autenticidad de un documento que nunca había visto en mi vida? De todas formas, a pesar de tantas dudas, les abrí la puerta.
– ¿Ahora puedo saber qué está pasando? –pregunté otra vez con más fuerza mientras pasaban a mi lado.
–Nada –contestó el mayor–. Sólotendría que seguirnos a la comisaría donde le harán algunas preguntas.
– ¿A la comisaría? –repliqué desconcertado–. Pero yo no he hecho nada.
–Todo el mundo dice así –dijo el más joven mientras cogía una manzana de la nevera. Le dio un mordisco mirándome fijo en los ojos, como para demostrarme lo que su autoridad le permitía hacer incluso en mi casa.
–Iría a pudrirse –me dijo mofándose.
–¿Pero podrían explicarme lo que está sucediendo? –rechisté yo–. Estoy perdiendo la paciencia.
–Tranquilícese señor, que todo se arreglará. Ahora se ponga algo de prisa y síganos. Nos están esperando abajo –dijo el mayor en tono casi amistoso.
Me conformé a esa absurda situación, y siguiendo las indicaciones del presunto policía, me puse un chándal y bajé con ellos. Ante la puerta de entrada, uncoche negro, que nunca había visto hasta aquel momento ni siquiera en las películas, nos estaba esperando. Me abrieron la puerta trasera para agilizarme a subir lo más rápido posible.
Di una ojeada hacia mi piso, y me di cuenta de que la señora Sabiduría todavía estaba ahí, presenciando mi detención casi satisfecha. El conductor arrancó el coche, y nos fuimos a toda marcha hacia la meta.Tardamos una decena de minutos en llegar. Bajamos del vehículo ante un viejo edificio, donde una joven policía me esperaba para acompañarme a mi destino. Llevaba una uniforme negra con rayas laterales amarillas.
Nunca había visto antes una uniforme de ese color. Mi preocupación aumentaba cada vez más. No sabía de que estaba acusado, y aunque estaba seguro de mi inocencia, no estaba tan seguro...
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