bora

Páginas: 103 (25558 palabras) Publicado: 8 de enero de 2015
C
uando empieza a tañer la campana es que va a soplar el viento del norte.
Una vez pregunté al hermano Martín por qué toca esa campana sin que nadie la agite, pero el her¬mano no supo responder.
La campana es pequeña. Cuelga en una espa¬daña situada sobre la puerta de entrada del monaste¬rio. Esa puerta, como todo el monasterio salvo la antigua cocina del patio donde vivimos Martín y yo, seencuentra en ruinas. Nadie puede hacer sonar la campana. Sólo el viento del norte.
Pero la campana tañe antes de que el viento del norte comience a soplar. Tañe al atardecer, en días oscuros como éste con el cielo cubierto de nu¬barrones plomizos que penden inmóviles del aire. Pasa gritando una bandada de cuervos y apenas se han perdido sus gritos allá hacia el sur, comienza a tañer la campana. Esentonces cuando dice el herma¬no Martín: «Moisés, añade un buen tronco al fuego. El viento del norte va a soplar.»
Pronto comienzan sus aullidos. Porque el vien¬to del norte nos trae los aullidos del lobo y los demo¬nios, aunque yo no sé si se limita a traer sus aullidos o son esos mismos aullidos los que forman, los que cons¬tituyen la propia sangre y carne del viento del norte.
Vuelan enremolinos las últimas hojas del oto¬ño. Tiemblan cimbreándose hasta rozar el suelo con su copa los álamos y los cipreses. A veces uno se desgaja con un gemido casi humano, pero más fuerte, más intenso; tal un gigante que gimiera. Entran ráfa¬gas heladas por la puerta, por la chimenea, esparcien¬do las llamas. Es atroz este silbido que llega hasta los huesos. Cuando ya todo está oscuro, las llamasagita¬das pintan las paredes con figuras siniestras. Tem¬blando de frío y miedo me acurruco junto al hermano Martín. Es entonces cuando el hermano me narra antiguas historias, historias de monjes que vendieron su alma al maligno, de leprosos que ponen sordina a su campanilla para sorprender al viajero, de partidas de soldados que incendian y asolan la campiña, de campesinos hambrientos que acechan a losniños a quienes asesinan y luego devoran para combatir su hambruna, de siervos fugitivos que viven entre las bestias salvajes en lo profundo del bosque. Silba el viento, se agitan bajo su soplo las llamas del hogar que llenan en su danzar de inquietantes figuras las paredes y yo, tembloroso y asustado, me acurruco junto al hermano que narra antiguas historias. De pronto el monje cesa en su parla.–Escucha –dice–, escucha el silencio. El viento ha dejado de soplar. Ahora está nevando.
Sí. Ha comenzado a nevar. Me esfuerzo en ver, a través de la tabla rota en la parte superior de la puerta de roble que el hermano atranca con un grueso leño, los copos blancos que caen mansamente sobre el huerto, pero mis ojos no pueden taladrar la os-curidad.
El hermano y yo permanecemos junto al fue¬goque ahora arde tranquilo. Me gana el sueño y quedo dormido junto al lar. No sé el tiempo que llevaré durmiendo, cuando el salvaje silbar de una ráfaga de viento en la chimenea me despierta sobre¬saltado.
El viento del norte sopla otra vez. Ahora ya no caerán lentos y mansos los copos de nieve, sino que la ventisca los agitará en cegadores torbellinos. Que Nuestro Señor y su Santa Madre ten¬ganpiedad de quien yerre su camino en noche como ésta.

León, el gran alano que se trajo el hermano Martín de la abadía, ha comenzado a gruñir enseñan¬do los dientes.
Hay alguien tras la puerta. A través del roto cuarterón me parece distinguir, destacándose de la oscuridad, la parte inferior de un rostro cubierto por una espesa barba blanquecina.
Temeroso, despierto al hermano.
–Hay alguien en lapuerta –digo. León gruñe fieramente. El hermano se incor¬pora, empuña una gruesa rama de roble y pregunta:
–¿Quién va?
–Un pobre peregrino –responde una voz gra¬ve y recia.
Duda el hermano entre los dictados del temor y la caridad. Por fin se decide.
–Sujeta al can –me dice mientras desatranca la puerta.
Entra el viajero. Gracias a Dios, y en contra de lo que temíamos, entra un hombre solo....
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