Borges

Páginas: 132 (32962 palabras) Publicado: 8 de enero de 2014
te rendido y
ensangrentado venía del oriente. A unos pasos de mí, rodó del caballo. Con una tenue
voz insaciable me preguntó en latín el nombre del río que bañaba los muros de la
ciudad. Le respondí que era el Egipto, que alimentan las lluvias. Otro es el río que
persigo, replicó tristemente, el río secreto que purifica de la muerte a los hombres.
Oscura sangre le manaba del pecho. Me dijoque su patria era una montaña que está al
otro lado del Ganges y que en esa montaña era fama que si alguien caminara hasta el
occidente, donde se acaba el mundo, llegaría al río cuyas aguas dan la inmortalidad.
Agregó que en la margen ulterior se eleva la Ciudad de los Inmortales, rica en baluartes
y anfiteatros y templos. Antes de la aurora murió, pero yo determiné descubrir la ciudad
y surío. Interrogados por el verdugo, algunos prisioneros mauritanos confirmaron la
relación del viajero; alguien recordó la llanura elísea, en el término de la tierra, donde la
vida de los hombres es perdurable; alguien, las cumbres donde nace el Pactolo, cuyos
moradores viven un siglo. En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la
vida de los hombres era dilatar su agonía ymultiplicar el número de sus muertes. Ignoro
si creí alguna vez en la Ciudad de los Inmortales: pienso que entonces me bastó la tarea
de buscarla. Flavio, procónsul de Getulia, me entregó doscientos soldados para la
empresa. También recluté mercenarios, que se dijeron conocedores de los caminos y
que fueron los primeros en desertar.
Los hechos ulteriores han deformado hasta lo inextricable elrecuerdo de nuestras
primeras jornadas. Partimos de Arsinoe y entramos en el abrasado desierto.
Atravesamos el país de los trogloditas, que devoran serpientes y carecen del comercio
de la palabra; el de los garamantas, que tienen las mujeres en común y se nutren de
leones; el de los augilas, que sólo veneran el Tártaro. Fatigamos otros desiertos, donde
es negra la arena; donde el viajero debeusurpar las horas de la noche, pues el fervor del
día es intolerable. De lejos divisé la montaña que dio nombre al Océano: en sus laderas
crece el euforbio, que anula los venenos; en la cumbre habitan los sátiros, nación de
hombres ferales y rústicos, inclinados a la lujuria. Que esas regiones bárbaras, donde la
tierra es madre de monstruos, pudieran albergar en su seno una ciudad famosa, a todosnos pareció inconcebible. Proseguimos la marcha, pues hubiera sido una afrenta
retroceder. Algunos temerarios durmieron con la cara expuesta a la luna; la fiebre los
ardió; en el agua depravada de las cisternas otros bebieron la locura y la muerte.
Entonces comenzaron las deserciones; muy poco después, los motines. Para reprimirlos,
no vacilé ante el ejercicio de la severidad. Procedírectamente, pero un centurión me

advirtió que los sediciosos (ávidos de vengar la crucifixión de uno de ellos) maquinaban
mi muerte. Huí del campamento, con los pocos soldados que me eran fieles. En el
desierto los perdí, entre los remolinos de arena y la vasta noche. Una flecha cretense me
laceró. Varios días erré sin encontrar agua, o un solo enorme día multiplicado por el sol,
por la sed y porel temor de la sed. Dejé el camino al arbitrio de mi caballo. En el alba,
la lejanía se erizó de pirámides y de torres. Insoportablemente soñé con un exiguo y
nítido laberinto: en el centro había un cántaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo
veían, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo sabía que iba a morir antes
de alcanzarlo.

II
Al desenredarme por fin de esapesadilla, me vi tirado y maniatado en un oblongo nicho
de piedra, no mayor que una sepultura común, superficialmente excavado en el agrio
declive de una montaña. Los lados eran húmedos, antes pulidos por el tiempo que por la
industria. Sentí en el pecho un doloroso latido, sentí que me abrasaba la sed. Me asomé
y grité débilmente. Al pie de la montaña se dilataba sin rumor un arroyo impuro,...
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