caca

Páginas: 14 (3415 palabras) Publicado: 21 de mayo de 2013
ni sabían tirar piedras, ni orinaban de pie; así que, a mi modo de ver, eran
unos seres raros y aburridos.
Sin embargo, poco a poco había ido cambiando de parecer, y las
chicas comenzaron a interesarme; primero de forma vaga, con sorprendente
intensidad después. Incluso llegué a preocuparme, temiendo que, con los
años, pudiera convertirme en un cretino hiperhormonado como mi
hermano,aunque en el fondo de mi ser albergaba la certeza de que nunca
llegaría a caer tan bajo.
El problema era que no sabía cómo comportarme con las chicas... No,
ése no era el auténtico problema. Si quiero ser sincero, debo reconocer que
las chicas me daban miedo. Cada vez que estaba delante de alguna
muchacha de mi edad sudaba frío, se me secaba la boca y, lamento decirlo,
me descomponía.Era como pasar un examen.
Y ahora, de repente, iba a vivir en una casa llena de mujeres.
Lo curioso del asunto es que aquella idea, aunque todavía me
desconcertaba un poco, se me antojaba cada vez más excitante. No me
refiero a excitante en el sentido de los eróticos delirios de mi hermano; se
trataba más bien de la clase de expectación que sentimos hacia lo
desconocido, comocuando comenzaba a leer una novela de ciencia ficción
y la promesa de un universo de maravillas se abría ante mí.
Finalmente, el limbo se disolvió en la nada de donde había surgido y
llegó el fin de curso. Lo aprobé todo y con buenas notas. Mamá se sintió
tan orgullosa de mí que llamó por teléfono a papá para contarle lo listo que
era su hijo. Yo también hablé con él, y escuché a través dela línea sus
felicitaciones, y sentí muchas ganas de abrazarle y darle un beso, quizá
porque estaba lejos y hacía mucho que no le veía; pero puede que también
fuera porque, desde que yo me consideraba mayor, había dejado de besarle.
Es extraño: ¿por qué conforme crecemos, a los hombres nos avergüenza
más y más mostrar nuestros sentimientos? Porque somos idiotas, supongo.
Aquella tardeme quedé en casa. Alberto, que también había aprobado,
se fue a celebrarlo con sus amigos; pero yo me sentía, no sé, raro,
melancólico, y no me apetecía salir. Después de comer, estuve un rato
leyendo, hasta que, a eso de las cinco y media, me dirigí al salón. Allí
estaba mamá, sentada en su butaca familiar, zurciendo unos calcetines de
Alberto. La persiana estaba echada, pero el sol secolaba por las rendijas en
forma de hileras de luz y dibujaba sobre el parqué una sucesión de
resplandecientes líneas paralelas. En la radio que estaba sobre el aparador
sonaba Lola, de los Brincos. Me senté en el sofá y estuve un rato
escuchando la canción mientras veía a mamá coser.
–Ya te he comprado el billete de tren –dijo ella, de repente, sin apartar
la mirada del hijo y la aguja–.Saldrás para Santander el próximo viernes.
–Vale –contesté.
Supongo que mamá esperaba alguna resistencia por mi parte, pues me
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miró de soslayo y preguntó:
–¿Te pasa algo?
–No, estoy bien –hice una larga pausa y agregué–: ¿Cómo es tía
Adela?
–Estuvimos en su casa hace unos años, ¿no te acuerdas?
Sacudí la cabeza.–Lo único que recuerdo es que era muy guapa.
–Y lo sigue siendo –mamá arqueó una ceja–. Cuando éramos
jovencitas, ella se llevaba a los chicos de calle. Era desesperante; mi
hermana mayor me quitaba todos los novios.
–¿Os llevabais mal?
–De jóvenes, sí; supongo que la envidiaba. Luego, aprendimos a
respetarnos y todo fue mejor entre nosotras.
–Pero no os veismucho.
–Nos escribimos y hablamos por teléfono con frecuencia. Lo que pasa
es que nuestras vidas tomaron rumbos diferentes. Ella se casó con Luis, se
trasladó a Santander y, poco a poco, fuimos perdiendo el hábito de vernos.
–¿Y tío Luis, cómo es?
Mamá sonrió con ironía.
–Luis Obregón pertenece a una de las familias más antiguas de
Santander. Ahora ha engordado un...
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